Después de triunfar como guionista de En busca del Arca Perdida, El imperio contraataca y El retorno del Jedi, Lawrence Kasdan dirigió ocho películas de notable calidad, entre las que destacan Reencuentro, El turista accidental y Grand Canyon. Ahora ha escrito, dirigido y producido Mumford, fresca fábula costumbrista, que se apunta al reciente redescubrimiento por Hollywood de las posibilidades dramáticas y cómicas de los psiquiatras.
El joven y soltero Dr. Mumford se ha convertido en cuatro meses en el psiquiatra más popular de una localidad que, curiosamente, también se llama Mumford. Sencillo y encantador, a todos escucha con paciencia y a todos ayuda en sus traumas, adicciones y rarezas, a veces con métodos poco científicos, pero de un sentido común aplastante. En realidad, pone a cada cual delante de un espejo para que advierta sus egoísmos. Cierto día, un abogado despechado y dos psiquiatras envidiosos sacan a la luz su oscuro pasado, justo cuando Mumford se enamora de una bella paciente, dura ejecutiva, que, tras divorciarse, padece un síndrome de cansacio crónico.
Desde el diván de Mumford, Kasdan articula una polifacética radiografía de muchas neurosis del hombre contemporáneo. Su mirada es inteligente, y abunda en un enfoque antimaterialista, especialmente incisivo al mostrar lo autodestructivo que es el escapismo hacia las drogas, el alcohol o el sexo desenfrenado. Además, ofrece certeras reflexiones sobre el valor de la familia, la amistad, el amor auténtico y el trabajo bien hecho, así como sobre la necesidad de calzarse los zapatos de los demás antes de juzgarlos y de reconocer a todos, aun al más despreciable, el derecho a volver a empezar.
Sin embargo, esta panorámica no alcanza toda la entidad que podría. Por un lado, su excesiva insistencia -a veces, grosera- en los traumas sexuales de los personajes lleva a Kasdan a mostrarse demasiado comprensivo con ciertas actitudes permisivas. Por otra parte, su trascendencia se planta en una etérea «paz espiritual», sólo ligada a «las religiones organizadas» por la fugaz referencia a un convento católico, decisivo en el itinerario del doctor.
Esos defectos limitan sin duda el alcance de la película, pero no desvirtúan el esfuerzo de Kasdan por hurgar en las implicaciones morales de esa fractura entre lo que creemos o queremos ser y lo que realmente somos. Ese esfuerzo se ve recompensado en la dirección de actores, donde Kasdan alcanza cotas sobresalientes, extrayendo al modesto reparto unas interpretaciones memorables.
Por su parte, la puesta en escena, ágil y eficaz en su resolución del complejo entramado de historias, quizá no ofrece la riqueza formal que le permitía la hondura del guión. De todos modos, Kasdan procura no ser convencional, arranca varias secuencias de gran intensidad, y hasta se atreve con arriesgadas transiciones oníricas al blanco y negro, varios pasajes en formato televisivo y una trepidante escapada al videoclip, rodada en betacam.
Así, aunque no alcanza la altura de Grand Canyon -quizá su mejor película-, Kasdan confirma en Mumford que sigue siendo uno de los directores norteamericanos más profundos e interesantes. Es un lástima que rechazara la propuesta de George Lucas de escribir la nueva trilogía de La Guerra de las Galaxias.
Jerónimo José Martín