110 min. Adultos, con reparos.
Hay que partir del hecho de que las criaturas de Vicente Aranda son siempre seres enfermos, obsesos sexuales. Ciertamente, los celos tienen un decisivo componente sexual; pero aquí todos los personajes, hasta el que dice una sola frase, viven sólo para el sexo. Dejando aparte los desnudos masculinos y femeninos, con sus escenas sexuales correspondientes, el posible drama de celos se le queda espeso, grueso, sin finura psicológica ni hondura alguna. Junto a eso, la pareja protagonista no consigue hacer creíble su pasión: tal vez Aitana Sánchez-Gijón no da el tipo de pueblerina ex prostituta, ni Daniel Giménez Cacho el de camionero brutal.
Lo mejor es la fotografía de los maravillosos pueblos valencianos, su limpia luz y sus colores puros.
Pedro Antonio Urbina