Durante la guerra civil española, en noviembre de 1936 comienza la evacuación de los cuadros del Museo del Prado, para protegerlos de los bombardeos. Durante la confusión, un autorretrato de Goya va a parar a las manos de Manuel, joven anarquista, celador del Museo y entusiasta de la pintura, que pasará la guerra protegiendo el cuadro y procurando que vuelva al Museo.
La hora de los valientes es una obra menor pero interesante, sobre todo por la ponderada visión que da de la guerra civil: la vida cotidiana en un Madrid asediado, con sus cartillas de racionamiento, las largas colas para conseguir algo, los registros, las cartas del frente, la radio y, también, la persecución religiosa. Todo ello aparece con naturalidad, como quien sabe que la vida es así. No hay odio en este relato, aunque no sea imparcial ni lo pretenda. De hecho, el único madrileño que se declara franquista es un gordo burgués del barrio de Salamanca que explota la desgracia de la guerra. Entre tantos personajes llenos de vida, desentona esta excesiva caricatura.
A pesar de su interesante planteamiento, el pretexto argumental de la película se revela demasiado tenue: el goya desaparecido no tiene entidad para mantener el interés durante dos horas. Además, Gabino Diego no parece el actor adecuado para su papel. Antonio Mercero ha creado una galería de retratos de gran calidad humana: el abuelo Melquiades, el profesor Miralles, Pepito y sus amigos (extraordinarios todos los niños), Flora, Carmen… Entre ellos, Manuel carece de personalidad. El desenlace es muy teatral y artificioso.
Fernando Gil-Delgado