Esta peculiar comedieta romántica se está convirtiendo en todo un fenómeno sociológico. Y la verdad es que su descarado e hilarante idealismo tiene muchos atractivos, aunque también algún que otro agujero negro. Vayamos por partes.
Es acertado su planteamiento inicial: hacer en tono bufo un travelling por la historia reciente de Estados Unidos, a través de la vida de Forrest Gump, un hombre con coeficiente intelectual por debajo de lo normal, pero con un sentido común a prueba de bombas.
Un segundo acierto es la elección de Tom Hanks para caracterizar a ese personaje. Su matizada interpretación consigue identificar al público con ese ser inocente en un mundo corrupto, que cuenta a quien quiera oírle cómo consiguió superar una infancia marcada por la ausencia de su padre y por graves deficiencias físicas, hasta convertirse en el inventor del rock and roll, en brillante licenciado, en estrella del fútbol americano y del ping-pong, en héroe del Vietnam, en el tercer hombre del Watergate y en una de las personas más ricas de Estados Unidos. Y, sobre todo, cómo logró preservar durante años un amor infantil, afectado desde su inicio por el desconcierto moral de los años sesenta. ¿Su secreto?: poner en práctica en cada momento los sabios consejos que le dio su madre cuando era niño, que constituyen un catálogo de la simpleza como fundamento del éxito.
Todo lo dicho y algunas cosas más incluye el habilísimo guión de Eric Roth, basado en la novela homónima de Winston Groom. Robert Zemeckis da forma a todo este caótico mosaico de acontecimientos con una puesta en escena trepidante y llena de frescura narrativa, que va llevando al espectador como si nada del melodrama al esperpento, de la épica al realismo sucio, pasando por la comedia elegante, el cine bélico, la denuncia social y el docudrama histórico.
Dan el toque espectacular a este cóctel unos efectos especiales visuales y de sonido muy sofisticados, que permiten secuencias asombrosas, como esas en que Tom Hanks aparece simultáneamente con Kennedy, Johnson o Nixon. A todo esto se añade el sabroso condimento de una banda sonora que incluye decenas de las mejores canciones de los últimos treinta años.
El mensaje de la película quiere ser como una inyección de inocencia, solidaridad y optimismo que sirva de vacuna contra la desorientación y el cinismo. Hasta la religiosidad desempeña su función en esta sugestiva antropología. Es cierto que todo es un tanto superficial, sensiblero, folletinesco, poco sólido… Pero resulta válido, si no como análisis de hechos históricos, al menos como sencilla reflexión sobre la evolución moral de la sociedad y como propuesta de alternativas.
Sólo hay un elemento discordante: el tratamiento del sexo, precisamente el único tema en que no se permite que sea Forrest Gump el referente moral. Es como si la sexualidad fuera el único ámbito de la naturaleza humana en el que todo valiese, en el que no hubiera reglas. Y así, Zemeckis da por aceptables las burdas situaciones obscenas -a veces, muy explícitas- que intercala a lo largo del film. Cuando, en realidad, esos pasajes rompen el tono amable de la película y su sincero afán moralizador.