Director: Hou Hsiao Hsien. Intérpretes: Lin Chung, Cheng Kuei-Chung, Cho Ju-Wei.
Hou Hsiao Hsien es el más destacado cineasta taiwanés y el más conocido en Occidente. Es un habitual de los grandes festivales, en los que ha obtenido numerosos galardones, entre ellos el Premio de la Crítica en la Berlinade de 1986, por A Time To Live, a Time To Die, y el León de Oro en Venecia en 1989, por A City of Sadness. Ha colaborado con Zhang Yimou, el mejor cineasta chino actual, como productor ejecutivo de La linterna roja. El maestro de marionetas consiguió el Premio del Jurado en el Festival de Cannes de 1993.
La película está basada en la autobiografía de Li Tien-Lu, uno de los libros más emblemáticos de la moderna cultura taiwanesa. La acción abarca desde el nacimiento de Li en 1909 hasta la caída de Japón en 1945, que marca el final de la II Guerra Mundial y de los 50 años de ocupación japonesa de Taiwán. El guión de Wu Nien-Jen se centra en la vida cotidiana de Li: su carrera como maestro de marionetas, las dramáticas relaciones con sus padres, su agitada vida sentimental y su ambigua relación con los ocupantes japoneses, con los que acaba trabajando en una compañía de títeres que montan como medio de propaganda. A través de sus peripecias vitales se conforma un abigarrado fresco de la historia contemporánea de Taiwán.
La película tiene esa bella resolución estética y ese amable humanismo con los que Zhang Yimou ha cautivado a la crítica y al público selecto. Sin embargo, Hsiao Hsien no tiene la frescura narrativa de Yimou. Sus estáticos y larguísimos planos-secuencia, aunque magistrales, resultan muy cansados para un público, como el occidental, acostumbrado a la trepidación del cine norteamericano. También provoca desconcierto su disposición del tiempo, aunque ésta sea seguramente la aportación más original de Hsiao Hsien al lenguaje cinematográfico. La trama está enormemente fragmentada en decenas de breves anécdotas inconexas, que primero se narran y sólo más tarde se hilvanan a través de la voz en off o de la hipnotizante aparición del propio protagonista, ya mayor.
Con esta singular estructura narrativa quizá pretenda Hsiao Hsien añadir un elemento de intriga a cada fase del argumento y resaltar de paso la fascinación que provocan los buenos relatos orales. En cualquier caso, cuesta hacerse con ella. Ayudan un poco a conseguirlo las magníficas interpretaciones de todos los actores, llenas de matices dramáticos, y la belleza de la fotografía de Lee Ping-Bing y de la música de Chen Ming-Chang.
El tono de la película es realista pero delicado. Así, aunque afronta temas difíciles -el adulterio del protagonista con una prostituta, las tensas relaciones con su madrastra-, es siempre respetuoso con el espectador. También intenta dar una visión del ser humano sólida desde el punto de vista moral. Esta opción le permite a Hsiao Hsien no caer en el maniqueísmo al retratar a los invasores japoneses y también aportar alguna reflexión oxigenante sobre el sentido del trabajo, la caridad hacia el prójimo o la fidelidad. Pero se aprecia a la vez en otros temas una cierta laxitud, asentada en una cultura muy distinta a la occidental y en la que el cristianismo casi no ha dejado poso.
En fin, una película insólita, sensible y de muy bella factura. Uno sale de ella cansado por el esfuerzo intelectual realizado, pero con la profunda convicción de que ha contemplado una auténtica obra de arte.
Jerónimo José Martín