Director: Peter Weir. Intérpretes: Jeff Bridges, Rosie Pérez, Isabella Rossellini.
Un maizal. Un hombre con un bebé en brazos. Detrás le sigue un niño. Hay humo. La escena parece irreal. ¿Qué sucede? El hombre sale del campo, y se vislumbra que ha tenido lugar un accidente. Finalmente, los restos de un avión destrozado aclaran lo ocurrido. Con una brillante apertura, el australiano Peter Weir inicia su film acerca de las secuelas psicológicas que una catástrofe aérea produce en una serie de personas. Se centra en dos: Max Klein, que tiene un comportamiento ejemplar durante el accidente, al salvar a varios pasajeros, pero que luego adopta un extraño complejo de superioridad; y Carla Rodrigo, que perdió a su bebé en la tragedia, y se encuentra sumida en una profunda depresión. La historia se basa en una novela de Rafael Yglesias, que firma también el guión.
Sin miedo a la vida se desmarca del típico film de cataclismo y apuesta por mostrar los dramas interiores de los personajes. Así, el accidente se utiliza como una especie de memoria omnipresente en Max y Carla, cuyos fragmentos se reparten a lo largo de la historia para vertebrarla. Pese a todo no faltan los altibajos en la narración. No conozco a muchos supervivientes de tragedias aéreas, pero me resulta difícil creer que salgan de ellas como Max, a pesar de la buena actuación de Jeff Bridges. Parece creerse un semidiós, que al haber vencido a la muerte ya no teme a nada. Más cercano es el drama de Carla, quien se ha venido abajo ante lo incomprensible. Rosie Pérez imprime a su personaje una gran dosis de convicción.
Weir parece haber tomado gusto al retrato de familias en crisis. Los problemas de los Klein y los Rodrigo continúan una tradición reflejada en Único testigo, La costa de los mosquitos y El club de los poetas muertos. Está lograda la descripción del desconcierto de Laura, la mujer de Max, y de su lucha por superar la crisis familiar. Más matices necesitaba el personaje del marido de Carla, más interesado en la indemnización por la muerte del bebé que por su mujer.
A la actitud de Max se le da un aire místico, con tratamiento parecido al del protagonista de Encuentros en la tercera fase. Seguramente no es coincidencia que Allen Daviau, director de fotografía habitual de Spielberg, asuma aquí esta función y recurra, casi al final, a una fotografía de luz deslumbrante en la que se recorta la figura de Max, al estilo de Encuentros… Aun así se aprecian limitaciones en Weir a la hora de retratar lo espiritual, quizá porque no sabe aprehender esa realidad. Esto se hace patente en el personaje católico de Carla, cuya supuesta honda religiosidad no queda tan clara. Además, Weir parece inclinarse por pensar que, más que Dios, son las personas quienes ayudan a superar los problemas.
José María Aresté