Raining StonesDirector: Ken Loach. Intérpretes: Bruce Jones, Julie Brown, Gemma Phoenix.
Con su habitual tono de denuncia próximo al documental, el británico Ken Loach narra de nuevo -ya lo hizo en Riff-Raff- la vida cotidiana de un grupo de personas de clase obrera en Manchester. Allí malvive Bob (Bruce Jones), que se dedica a hacer chapuzas con ayuda de su furgoneta. Un día se la roban y se queda sin su principal medio de subsistencia, justo cuando ha de afrontar un gasto que considera muy importante: el del vestido que llevará su hijita el día de la Primera Comunión.
Un drama sencillo, muy casero, sirve a Loach para hacer una crítica implacable de las condiciones sociales de los obreros ingleses. En esta ocasión denuncia lacras como la de una mafia de usureros, que prestan dinero a alto interés y emplean métodos violentos si no reciben su paga. O la de trabajos de dinero rápido, como el de la hija de uno de los personajes: su teórico puesto en una peluquería resulta ser el de camello. Los partidos políticos, especialmente el conservador, reciben las venenosas andanadas de Loach.
La fotografía -con su particular luminosidad- y la presencia de actores no profesionales contribuyen al propósito de retratar la realidad. Y acompaña muy bien la música de Stewart Copeland. El sólido guión se debe a Jim Allen, que da en el clavo en el tratamiento de los personajes, católicos como él. Por un lado se muestra a Bob y a Anne, su mujer, como a unas buenas personas, aunque ignorantes en lo religioso. No saben explicar muy bien a su hija en qué consiste la Comunión. Pero sí están seguros de algo: se trata del día más importante de su vida, así que tendrá su espléndido vestido blanco.
En cuanto al Padre Barry, se muestra a un personaje creíble, que da consuelo espiritual y humano a Bob en un momento clave del film. Es curioso que Ken Loach haya dicho que «no es en absoluto un típico representante de la Iglesia católica». Con ésta y otras equívocas declaraciones parece como si se arrepintiera de mostrar a un cura bueno. Pero en fin, allá él con su pequeño complejo.
José María Aresté