Director: Roman Polanski.Intérpretes: Sigourney Weaver, Ben Kingsley, Stuart Gordon.
Roman Polanski ha realizado con La muerte y la doncella, probablemente, su mejor película. Se trata de la poderosa adaptación de una obra teatral del chileno Ariel Dorfman, en la que Polanski sortea el peligro de evidenciar el origen escénico del argumento. Y lo hace sin renunciar a la unidad de acción, espacio y tiempo, que en esta ocasión confiere a la historia un particular sentido claustrofóbico.
Una casa de campo en una costa perdida de un innombrado país iberamericano. Noche de tormenta. Paulina (Sigourney Weaver) espera el regreso de Gerardo (Stuart Gordon), su marido. El retraso, el estallido de la tormenta y un oscuro suceso del pasado ponen sus nervios a flor de piel. Al fin llega Gerardo, cuyo coche ha sufrido un pinchazo. Durante el percance le ha ayudado un tal doctor Miranda (Ben Kingsley). Paulina cree reconocer en él al hombre que la torturó y violó durante la época dictatorial del país. De modo que lo retiene por la fuerza con el propósito de arrancarle una confesión, ante la mirada atónita del marido.
El director sabe jugar con acierto la carta del suspense. ¿Es Paulina una desequilibrada? ¿O el doctor Miranda un cínico que negará a toda costa su crimen? A cada momento parece que la tortilla puede dar la vuelta. A la vez que Polanski plantea estas cuestiones concretas, hace que floten en el ambiente otras más inquietantes, sobre la moralidad del comportamiento de los personajes.
La película es de una dureza y violencia verbal inusitadas, al servicio de un fascinante cuadro de hasta dónde puede llegar la degradación humana. Los tres personajes son individuos corrientes, y, sin embargo, hay algo oscuro en ellos, la misteriosa grandeza del hombre capaz de lo mejor y lo peor… Polanski -a partir del guión de Dorfman y de Rafael Yglesias- sugiere muchos temas: no sólo el evidente de la conculcación de los derechos humanos por parte de determinados regímenes políticos. Habla de tortura, perdón y venganza, de confianza y matrimonio, de la lucha por la supervivencia, de la debilidad del ser humano…
Una historia como ésta necesitaba tres grandes actores. La película los tiene: Gordon, y sobre todo, Weaver y Kingsley, dan un recital de buena interpretación, de saber meterse en la piel de sus personajes.
José María Aresté