Director y guionista: Mike Leigh. Intérpretes: Timothy Spall, Brenda Blethyn, Phyllis Logan, Marianne Jean-Baptiste, Claire Rushbrook, Ron Cook, Lesley Manville. 141 min.
Este espléndido melodrama costumbrista ganó en el último Festival de Cannes la Palma de Oro a la mejor película y a la mejor actriz (Brenda Blethyn), así como el Premio Internacional de la Crítica. Unos galardones más que justificados, pues es, sin duda, el mejor film de Mike Leigh (Grandes ambiciones, La vida es dulce, Naked) y uno de los dramas más redondos de los últimos años.
El magnífico guión, del propio Leigh, se desarrolla entre dos barrios de Londres, uno de clase media y otro popular. Allí discurren las vidas de dos hermanos ya maduros, Cynthia (Brenda Blethyn) y Maurice (Timothy Spall), marcadas por dos hechos vergonzosos. Ella, madre soltera, es una mujer neurótica y cándida que malvive con su hija rebelde. Maurice, a pesar de ser una buena persona y dirigir un rentable estudio fotográfico, está frustrado por la infertilidad de su mujer. Los dos hermanos se quieren y se ayudan, pero hay algo entre ellos que dificulta una relación normal. Los trapos sucios, y con ellos una posible solución a esas soledades paralelas, saldrán a la luz cuando aparezca Hortense (Marianne Jean-Baptiste), una joven optometrista negra que, ante la sorpresa de todos, resulta ser otra hija ilegítima que Cynthia dio en adopción hace muchos años.
Mike Leigh resuelve con maestría tanto el desarrollo narrativo como la específica representación visual de esta compleja historia coral, plagada de fuertes aristas dramáticas. Con desnudo realismo, cercano al de Ken Loach, Danny Boyle y otros directores británicos con inquietudes sociales, la cámara de Leigh exprime al máximo -a veces, con largas tomas fijas o arriesgados planos-secuencia- las emotivas situaciones en que pone a los personajes, encarnados por unos intérpretes excelentes. El secreto de su apabullante espontaneidad radica en el método de trabajo de Leigh, cuyos actores conocen la historia de su propio personaje, pero ignoran su relación con el resto. De modo que lo que aparece en pantalla es verdadera improvisación.
Este alarde visual e interpretativo, no exento de eficaces golpes de humor, se refuerza con una valiente reflexión de fondo. Leigh no deja de mostrar -a veces de un modo muy descarnado, sobre todo en los diálogos- la confusión moral de los personajes. Pero a la vez, desde una perspectiva optimista -muy a contracorriente de otros directores de su escuela y generación-, aboga decididamente por la sinceridad, el amor, el perdón y la comprensión en las relaciones familiares, como condiciones necesarias para sobrellevar los sufrimientos de la vida. De este modo, la película transmite una idea nítida, que el propio Leigh ha repetido: «La familia puede hacernos sacar lo peor que llevamos dentro, pero al final debemos volver a ella porque aún no hemos inventado nada mejor».
Jerónimo José Martín