Director y guionista: Edward Burns. Intérpretes: Edward Burns, Michael McGlone, Jack Mulcahy, Shari Albert, Maxine Bahns, Catharine Bolz, Connie Britton. 106 min.
Gran Premio del Jurado en el Festival de Sundance de 1995, y Premio del Jurado en el de Deauville del mismo año. Película autobiográfica, y en eso tiene el guión su máximo atractivo.
Nueva York. Acaban de enterrar al padre de los McMullen, y la madre, en el mismo cementerio, decide volver a Irlanda, de donde son oriundos, para vivir con su primer amor. No pudo casarse con él hace 30 años por tener que hacerlo con el que ahora acaban de enterrar, porque esperaba de él un hijo. Con esta casi broma, crítica a ciertos comportamientos sociales de algunos católicos, inicia Edward Burns el relato de las peripecias de los tres hermanos, centradas en la dificultad de cumplir el sexto mandamiento.
Los dos solteros van a vivir -mientras encuentran casa- en la del casado, lo que permite centrar la triple acción fraterna. Burns conoce muy mal la fe católica y su adecuación moral: unas breves referencias al padre autoritario hacen suponer la grave confusión entre la imposición de un padre equivocado y lo que la religión de Cristo es.
Sea como sea, el hermano pequeño -asesor de los otros- es presentado como un experto en materia religiosa y moral; pero no es sino un mal dibujo de un ignorante obseso por el miedo al infierno y por su pertinaz lujuria. El hermano mayor comete adulterio reiteradamente; hasta que su esposa casi le arranca la confesión de su infidelidad. El hermano mediano (Burns) se esfuerza por parecer un cínico ateo: no quiere comprometerse en el matrimonio ni creer en el amor, sino sólo en el sexo; su final y el del hermano pequeño serán felices porque logran liberarse de la opresión religiosa y de su absurda moral. Sus parejas femeninas logran también esa analgésica liberación.
En toda la película -muy escasa de medios, pero bien resuelta la penuria- hay una buscada contención formal: el sexo se presenta como problema, irresoluble, pero no como espectáculo. Hay gracia, soltura y humor en el desarrollo del film y su guión, no cuando se critica desde la ignorancia al hombre y lo sagrado.
Pedro Antonio Urbina