Jeff y su esposa Amy viajan de Boston a San Diego con su todoterreno nuevo a través de las carreteras de un hermoso y desértico paraje. Una avería estropea el plan, pero al punto aparece un amable camionero que se ofrece a ayudarles. Como el coche no arranca, Amy se va en el enorme trailer para llamar a una grúa. A partir de ese momento, la mujer desaparece.
El desconocido Jonathan Moslow -su único crédito es el telefilm Flight of Black Angel- escribe y dirige con increíble aplomo un thriller apasionante. Dentro de la originalidad de su historia, cabe ver referencias a films como El diablo sobre ruedas, de Steven Spielberg (donde un camión adquiría una cualidad casi diabólica), Secuestrada, de George Sluizer (que presentaba la inexplicable desaparición de una mujer debida a un psicópata que hacía vida normal), o Frenético, de Roman Polanski. El director logra crear una atmósfera agobiante, la del hombre corriente sometido a una situación límite; no es el personaje encarnado por Kurt Russell un superhéroe al uso, sino alguien torpe y nervioso, que quiere sobre todo recuperar a su mujer; una mujer que, por supuesto, tiene miedo. Contribuye a mantener la angustia la presencia, en el lado de los malos, de gente corriente, amable, con una vida familiar normal; o algo tan sencillo como que no se permita el director chistes fáciles que, se supone, descargan la tensión; ello hace que la extraordinaria situación presentada sea mucho más creíble.
Junto a un guión perfectamente engranado, donde se dosifica la aparición de nuevos elementos, funcionan bien los demás apartados del film: elaborado montaje de las distintas secuencias, música inquietante del especialista Angelo Badalamenti, buena fotografía del desierto, cuidado diseño artístico de la ciudad fantasma o del granero, un ajustado reparto de actores, arquetipos de la persona corriente… El film, muy medido, funciona de principio a fin, y sólo cabe reprocharle el clímax final del puente, quizá algo excesivo.
José María Aresté