Leonor y Rogerio celebran su décimo aniversario de boda con un party en su mansión de Las Azores. Les acompaña una pareja amiga: Michel e Irene. Un larguísimo diálogo insustancial se interrumpe con el paseo junto al mar de la joven Leonor y Michel, bien entrado en años, entre los que parece surgir un flirteo también insustancial. Pasan cinco años. Las dos parejas se reúnen en una cena aun más hierática que el antiguo party. La joven Leonor pide al casi anciano Michel que se la lleve con él. La reacción del marido y de Irene son las imaginables, pero siempre a lo estatua. Michel y Leonor se van. Vuelven al poco: Michel dice no estar ya en edad de hacer locuras. Irene no pierde el tiempo y se lleva a Michel. Leonor y su marido, solos; parece que se van a separar. Rogerio, tras un duro combate consigo mismo, confiesa que está arruinado. Eso entusiasma a Leonor y hace que los dos se prometan una fidelidad feliz y enamorada para siempre. Fin.
El argumento es el único agarradero de esta difícil y monótona película que pretende describir el asfixiante aburrimiento en que vive Leonor; el maestro Oliveira ha pensado que la horizontalidad gris de su film es el mejor medio expresivo. Un maestro sabe; pero a veces se equivoca. Es una desmesura ese vaciar de vida a los personajes, ese obligar a los actores a interpretar a lo pizarra y tiza. La fotografía, magnífica, se ve también castigada al plano fijo. ¡Y los diálogos de Agustina Bessa-Luis…!; si fueran de Platón todo se salvaría, pero son casi dos horas de apenas nada.
Pedro Antonio Urbina