Director: Sergei Bodrov. Guión: Sergei Bodrov, Arf Aliev y Boris Giller. Intérpretes: Oleg Menshikov, Sergei Bodrov Jr., Djemal Sikharulidze, Susanna Mekhralieva. 95 min. Jóvenes.
Además de la candidatura al Globo de Oro y al Oscar 1996 al mejor film en habla no inglesa, esta coproducción entre Rusia y Kazajistán ganó los premios de la FIPRESCI y del público en el Festival de Cannes 1996, y diversos galardones en otros festivales importantes.
Esta laureada trayectoria responde en buena medida a la calidad intrínseca de la película; pero, sin duda, también ha pesado en el ánimo de muchos jurados la actualidad de su argumento, que traslada al reciente conflicto entre Rusia y Chechenia la historia imaginada por León Tolstoi en su novela El prisionero del Cáucaso. En esta versión, los protagonistas son dos militares rusos: Sacha (Oleg Menshikov), un duro y cínico sargento; y Vania (Sergei Bodrov Jr.), un soldado joven y cobarde, incapaz de hacer mal a nadie. Heridos en una emboscada, son hechos prisioneros por un viejo checheno, Abdoul-Mourat (Djemal Sikharulidze), que los encierra en un pequeño pueblo musulmán, con la intención de canjearlos por su hijo, detenido por las tropas rusas.
La tensa incertidumbre del secuestro sólo se ve aliviada por la singular amistad que surge entre los militares y un criado mudo que los vigila, y por la fascinación -mezcla de compasión y amor imposible- de la hija de Abdoul-Murat hacia el joven soldado Vania. A pesar de todos los esfuerzos, la tragedia seguirá su curso, aunque varios personajes romperán valientemente la ancestral espiral de odios y asesinatos entre rusos y chechenos.
El principal mérito de los guionistas y del director consiste en haber hilvanado una historia poderosa y muy equilibrada -fílmica e ideológicamente- a partir de unos hilos narrativos muy leves y con complejas implicaciones políticas y sociales. El secreto está en haber dotado de humanidad a todos los personajes, alejándolos decididamente de cualquier atisbo de demagogia y llenándolos de matices dramáticos. En este sentido, los actores están a la altura del esfuerzo de los guionistas y del director, y llevan a cabo unas interpretaciones muy buenas, en las que aúnan en difícil equilibrio la comedia y la tragedia.
La cuidada y serena puesta en escena del ruso Sergei Bodrov (Neprofessionaly, Ser-Svoboda Eto Rai, Alguien a quien matar) mima a los personajes y logra resaltar también los elementos bélicos, etnográficos, románticos, sociales o políticos de la historia. Para esto, aprovecha muy bien los personajes secundarios, la árida belleza de los parajes naturales y una sugestiva banda sonora, compuesta fundamentalmente por himnos y cantos populares rusos y chechenos. Quizá se le puede reprochar a Bodrov el exhibicionismo de la secuencia inicial y la inclusión en la recta final de un par de secuencias cómicas, de carácter onírico-místico, no muy logradas y que además rompen injustificadamente la atmósfera trágica de la resolución.
En todo caso, la calidad formal de la película se enriquece con su firme apología del perdón y de la tolerancia -étnica, religiosa y política-, y por sus certeras críticas a la cerrazón de ciertas mentalidades militaristas, nacionalistas o integristas, que mantienen vivos violentos enfrentamientos en sí mismo obsoletos.
Jerónimo José Martín