Director y guionista: Anthony Minghella. Intérpretes: Ralph Fiennes, Kristin Scott Thomas, Juliette Binoche, Willem Dafoe, Naveen Andrews, Colin Firth. 163 min.
En los años de la Segunda Guerra Mundial, un inglés sobrevive milagrosamente a un accidente aéreo. Aparentemente amnésico, con el rostro desfigurado, el conde Laszlo de Almassy recuerda su apasionado romance con Katherine Clifton en el desierto egipcio. Ella es la esposa de uno de los hombres que ayudan a Almassy a trazar mapas para la Sociedad Geográfica Británica.
La película adapta una novela de Michael Ondaatje, ganadora del Booker Prize. El film se perfila ante los «scars como favorito: 12 candidaturas, que incluyen los principales apartados. Los entusiastas han elevado la película a la altura de Casablanca, la quintaesencia del cine romántico. Más dura será la caída, pues El paciente inglés no es la maravillosa historia de amor que algunos creen. Consiste, en todo caso, en el hábil relato de una pasión amorosa, teñida de fatalismo, a la que Almassy es incapaz de poner freno, y en la que los intentos de Katherine por detenerla apenas son apuntados. Al marido engañado, tercer vértice del triángulo amoroso sobre el que pivota la trama, sólo se le dedican unas tenues pinceladas. La habilidad está en la estructura del guión -Anthony Minghella elabora muy bien el entramado de flash-backs-, en el apoyo de la hermosa fotografía de John Seale y en la calidad de los demás apartados artísticos. Además, todos los actores, tanto los principales como los secundarios, encarnan muy bien sus personajes.
Donde debería haber amor, apenas hay otra cosa que egoísmo. Se puede entender que Almassy se enamore de una mujer casada, pero la ausencia de principios al enfocar su disposición a sacrificar todo -la lealtad a la patria, la amistad, la propia vida mediante el suicidio o la eutanasia- en aras a ese supuesto amor, lastran al film privándolo de su teórica razón de ser: mostrar un amor que va más allá de la muerte. Hay momentos emotivos -el amor entre la enfermera Hana y el militar hindú Kip propicia la hermosa escena de la contemplación de los frescos de una iglesia-, pero el film se resiente de su larga duración y de su planteamiento amoral, que se concreta a veces en un burdo exhibicionismo sexual.
José María Aresté