Ambientada en 1985, en una pequeña localidad de Estados Unidos, es una comedia juvenil, al estilo clásico, que, por sus numerosas canciones -que forman parte del relato-, podría calificarse de comedia musical. La ambientación y el vestuario son tremenda y buscadamente cursis. Un acierto. Porque la historia, encantadora, es de novela rosa, en la que triunfan el bien y el amor, con la colaboración de gentes solidarias y maravillosas.
Robbie (Adam Sandler) es un cantante de bodas en un restaurante, que fue componente de un grupo y aspira a ser compositor. En el mismo restaurante, Julia (Drew Barrymore) ha iniciado su trabajo como camarera. Cada uno por su parte se va a casar. A Adam le deja plantado la novia al pie del altar; atraviesa una razonable crisis. Pero, a instancias de Julia, la ayuda a contratar sus servicios de boda. Se hacen amigos, y Adam descubre que el novio de Julia es un sinvergüenza y que él mismo se está enamorando de Julia…
El director ha contado con la figura invitada de Steve Buscemi, que hace su divertido numerito al principio y al final. Es la segunda película de Frank Coraci (Murdered Innocence), que ha seguido con feliz acierto las pautas de la exitosa comedia norteamericana de los años 40 y 50. No copia, sigue la tradición con inteligencia y convicción. Y acierta. El guión es sencillo y claro, lineal, va directo a la diana. Los diálogos, entrañables y con gracia.
A pesar de lo dicho, no se trata de una película ñoña; casi todas las taras sociales y personales aparecen ahí; mejor dicho, se dice que están ahí, sin aparecer explícitamente: el materialismo consumista, la sexualidad sin otro fin que el placer, la agresividad egoísta por el afán de triunfo y poder… Pero aparece el bien, encarnado especialmente en Adam y Julia. Y el bien o el deseo de él se encargan de delimitar lo que está mal, y -eficacísimo hallazgo de esta obra- a veces lo hace con un gesto de disgusto en los actores ante un hecho o una propuesta inmorales, muy pocas veces con palabras, y, cuando son palabras de orientación seria, muy inmediatamente hay una broma, que no desmiente lo dicho pero aligera la tensión.
No es extraño que El chico ideal esté teniendo una gran aceptación en Estados Unidos y en otros países: con su ingenua sencillez muestra que todo el mundo -salvo los irremediables tarados- se entusiasma ante la bondad, la generosidad, la sinceridad en el amor, y la fidelidad for ever con happy end.