Hay en el enorme país de Estados Unidos paisajes espléndidos, como el del lugar de Luisiana y el lago en que se desarrolla Passion Fish. Sin duda quedan huellas allí de la cultura francocanadiense, que en el relato son un secundario elemento enriquecedor; el elemento principal, por así decir, es el valor del espíritu humano.
John Sayles (n. 1950) muestra ser un artista culto, alejado en la medida que puede de la industria. Es guionista, escritor, director de cine y de televisión. De esta película es responsable completo: guión, dirección y montaje. Se nota, y para bien, que es una obra de autor.
Un accidente automovilístico deja paralítica a una estrella de televisión (Mary McDonnell), que debe recluirse en su vacía casa paterna. Asume mal su postración, y ninguna enfermera dura a su servicio; hasta que llega Chantelle (Alfre Woodard), espiritualmente rota también por otros graves motivos. Ambas van descubriendo juntas el valor de la amistad, su propia dignidad como personas, la alegría en el dolor, en la generosidad…
Bajo este resumen de esperanzada conquista espiritual hay una dura situación humana: la estrella de televisión está divorciada de un hombre quizá impotente u homosexual; ella misma ve la vida a través del éxito, del placer y del dinero; está absolutamente vacía, y sola. Chantelle, la enfermera, acaba de desengancharse de la droga, aun ahora su comportamiento no es ejemplar, al contrario; separada del marido drogadicto, su padre cuida y educa a la pequeña hija alejándola de ellos.
No es un artificioso cúmulo de desgracias, sino el trasunto de una extendida inmoralidad. La película parte de esta realidad social, que en muchos aspectos retrata -vocabulario, ideas y comportamientos capitales-, y en la que no se recrea, para irse remontando hacia esas metas de autoestima y dignidad.
La fuerza de la película está sin duda en el guión y en los diálogos, en la historia -marcadamente humana hasta en mínimos detalles-, en los bien asumidos papeles de las actrices. La dirección cinematográfica es tal vez sólo correcta, con algunas fáciles caídas de cine comercial, pero sin duda también de pulso seguro, honradamente profesional. Junto a la espléndida presencia de las dos actrices, la también notable actuación masculina, la breve intervención de Angela Basset, y de otras ejemplares secundarias.
Pedro Antonio Urbina