Tras una intensa labor cinematográfica en su país de origen, Polonia, Kieslowski comienza a alcanzar proyección exterior con su película El aficionado (1979), un par de documentales, No matarás (1988) y la serie televisiva Decálogo (1989). Pero es con La doble vida de Verónica -Premio de la Crítica en Cannes 91- como consigue aceptación internacional. Si en esta última película gran parte del éxito fue debido a Irène Jacob, en Azul –León de Oro en Venecia 93– el éxito se debe a Juliette Binoche. En ambos casos, se premiaron las interpretaciones, pero, aun siendo buenas, diría que se premió el hecho de que Irène y Juliette sean como son… La presencia de estas dos mujeres les ha evitado a Kieslowski y al coguionista Krzysztof Piesiewicz el esfuerzo creador de un personaje. Quizá no deba entenderse esto como una deficiencia, pues el cine es para ver, sino que Kieslowski elige bien.
La obra de este director rezuma convicciones cristianas, por decirlo brevemente. No es Azul (primera parte de la trilogía Tres colores, con el Blanco y Rojo franceses) una película de tesis, sino más bien de sugerencia. Aunque cabría hablar de un intelectualismo automanipulado, que trocea a posteriori el discurso lógico, y lo envuelve en el marco de una ambientación lírica, lo disimula en la magia de la poesía de las cosas pequeñas. Hay auténticos poemas marginales en Azul: con imágenes nítidas, pictóricas -de Slawomir Idziak-, Kieslowski hace el poema de la lluvia, del reflejo en la cucharilla del café, de la habitación vacía, de los cristalitos azules… Pero el gran poema de Azul no es tanto poético como racional.
En un accidente, Julie pierde a su marido, famoso compositor, y a su única hija. Tras el inicial abatimiento, empieza de nuevo de otro modo y en otro lugar. Con espléndida generosidad atiende a las necesidades de sus criados y de su madre. Los acontecimientos la hacen sabedora de que hay un hijo natural de su marido, a cuyo nacimiento dispone todo como para el heredero… Y, contra su inicial deseo, continúa una inacabada partitura de su marido, infiel y mentiroso, quizá menos autor que ella de su música…
Aunque no es un modelo en otras cosas -¿paga tributo Kieslowski a la comercialidad o a la sociología con el irresponsable comportamiento sexual de la protagonista y de la prostituta?-, Julie es presentada como ejemplo de caridad: en las ráfagas musicales de Zbigniew Preisner los coros cantan versículos de 1 Corintios 13, 1-13.
Una excesiva alabanza de este film –está de moda– podría ser en realidad entusiasmo por Juliette Binoche, similar al que provoca Irène Jacob en La doble vida de Verónica.