Director: Thomas Carter. Intérpretes: Robert Sean Leonard, Christian Bale, Frank Whaley.
Tras una brillante carrera televisiva, Thomas Carter se estrena como director con Rebeldes del swing, sobre un guión de Jonathan Marc Feldman. Y lo cierto es que ha conseguido una película más que notable, muy en la línea de la actual recuperación de los géneros clásicos.
Berlín, 1939. Mientras Hitler prepara a Alemania para la guerra, algunos adolescentes disfrutan a escondidas de la música, el baile y la última moda inglesa y americana. Son los chicos swing. Dos de ellos, Peter (Robert Sean Leonard) y Thomas (Christian Bale) -amigos íntimos-, se ven obligados a afiliarse a las juventudes hitlerianas. De día simulan dedicarse en cuerpo y alma al partido; de noche, siguen siendo chicos swing. Esta doble vida salta por los aires cuando un amigo común de los dos, un chico cojo y radical llamado Arvid (Frank Whaley), es apaleado por una escuadra de las juventudes hitlerianas. Peter y Thomas deben tomar una difícil decisión, pues su apasionada afición juvenil comienza a ser considerada por los gerifaltes nazis como una auténtica rebelión política.
Carter muestra un sólido pulso narrativo, personalidad visual y una gran capacidad para integrar el espléndido equipo técnico y artístico con que ha contado. En este sentido, el film ofrece numerosos alicientes: preciosas localizaciones en Praga, una magnífica banda sonora de James Horner, un sugestivo tratamiento fotográfico -a cargo del polaco Jerzy Zielinsky- y brillantísimas coreografías. Todo funciona a gran altura y viene a dar la razón a quienes, frente al cine de autor, consideran el cine como un arte compartido.
Capítulo aparte merece el soberbio trabajo de todos los actores. De los seniors poco hace falta decir: tanto Kenneth Branagh como Barbara Hershey son valores seguros. Y los juniors mantienen un vibrante duelo interpretativo. Destaca el trío principal, cuyos componentes salvan definitivamente su anterior encuadre como niños-prodigio. Robert Sean Leonard (El Club de los Poetas Muertos) encarna el heroísmo; Christian Bale (El imperio del sol), la vehemencia sentimental; y Frank Whaley (Tallo de hierro), el compromiso radical. Además, los dos primeros dejan bien claro que son unos magníficos bailarines.
Lo menos redondo de la película es su mensaje de fondo. Ciertamente, no cae en el maniqueísmo, y hasta su retrato de las juventudes hitlerianas resulta equilibrado. También es válida su idea general de que es mejor morir con dignidad que pactar con el terror racista. Pero el concepto de inconformismo que propone la película no es de muy altos vuelos. En cierto modo, le pasa lo que a El Club de los Poetas Muertos, film con el que guarda bastantes similitudes. Su modelo de rebelde es ambiguo, algo amoral y, a veces, hasta frívolo. Esto hace que la valentía, la amistad, la lealtad y la coherencia moral que exalta pierdan un poco de hondura y trascendencia.
Jerónimo José Martín