Ante esta por demás insólita película cabe preguntarse qué se pretendía, no porque esa pregunta sea importante, sino por no verse bien qué se ha conseguido. La idea de partida era mostrar a través de la cámara el proceso de creación de un cuadro por parte del pintor Antonio López: su intento de captar la plena realidad del modelo, sus relaciones con amigos y familiares, la influencia en la obra del entorno que rodea al pintor…
Un espectador interesado por el quehacer artístico quizá preste atención al peculiar modo de trabajar de Antonio López que, éste sí, se muestra prolijamente… Advertirá también la sincera frustración que el pintor confiesa al no poder atrapar en su cuadro el sol en los membrillos del membrillero de su jardín, y verá también el posterior e igualmente inacabado dibujo, y oirá el apunte de sueño de infancia perpetuado, que, de alguna manera, mueve al pintor a esta aventura, fallida.
Pero quizá no encuentre nada sobre el hacer creador.
Una película hecha sin guión, al hilo de lo que salga, con unos diálogos ni corregidos ni trabajados, con sonido directo ante unas voces no moduladas y a veces lejanas… no solamente no permite entender qué dicen sino qué dice la película misma como palabra.
La película tiene una hermosa fotografía, de un color espléndido; se eligen encuadres muy atractivos, fundidos certeros…, y su lentísimo ritmo al par de lo cotidiano podría ser perfecto si lo cotidiano lo pareciera. Pero en arte la realidad material no lo parece, porque el arte es artificio. Lo cotidiano en El sol del membrillo es casi siempre de una torpeza balbuciente incapaz de decir… casi nada.
El fracaso de Antonio López para trasladar al lienzo el membrillero es el constante fracaso de todo artista: nunca es capaz de apresar la belleza, nunca tal como se le muestra. Pero la película no alcanza a decir eso: como vehículo que muestra el acto creador y su impulso, es fallida.
La película se deja ver sin embargo; quizá porque siempre interesa la trastienda de un autor si es, como es Antonio López, una primera figura. Aparece su mujer -María Moreno-, pintora, y la vemos pintar; su sobrino -Julio López-, también pintor; sus dos hijas; unos obreros polacos que hablan del membrillo; una pareja china que habla del cuadro; un amigo pintor -Enrique Gran- que dialoga con él sobre arte… Con eso mismo y un poco más, pero pasado por el turmix creativo de Erice, hubiera lucido el sol del membrillo de Antonio López. Así como está la película, se intuye vagamente cómo podría haber lucido.
Sentiría equivocarme y escatimar a Erice un sí que otros le han dado: el Festival de Cannes, el de Chicago… No me parecen injustos esos premios si han valorado lo valiente del empeño, pero no un hallazgo. Quizá es un sí al apunte de hallazgo mínimamente válido. Mínimamente válido porque no se puede olvidar que en el arte hasta los documentales exigen artificio.
Pedro Antonio Urbina