Los inuit viven apaciblemente en el remoto Ártico hasta que llega en 1934 el hombre blanco. Uno de estos invasores es asesinado por Agaguk (Lou Diamond Phillips), el orgulloso hijo del chamán de la tribu (Toshiro Mifune). Agaguk tendrá que huir con su mujer (Jennifer Tilly) a la peligrosa estepa, mientras el jefe de policía Henderson (Donald Sutherland) investiga el crimen.
Superproducción franco-canadiense basada en la novela Agaguk, de Yves Theriault. Su oferta es una mezcla de aventuras, drama, ecología y documental antropológico sobre los esquimales. Toma el testigo, pues, de films clásicos como Nanuk el esquimal, de Robert Flaherty, o Los dientes del diablo, de Nicholas Ray; y de películas más recientes, como Colmillo blanco o Bajo la aurora boreal. Pero esta combinación se le escapa de las manos al francés Jacques Dorfmann, que pone de manifiesto su poca pericia como director.
Esta inexperiencia se aprecia sobre todo en la escasa fuerza que tienen todas las secuencias. De modo que el film no consigue apasionar, a pesar del despliegue de medios, los bellos paisajes árticos, la cuidada ambientación, la magnífica música de Maurice Jarre y algunas secuencias espectaculares, como la caza de la ballena. Lo mejor se debe a las esforzadas interpretaciones de los veteranos Donald Sutherland y Toshiro Mifune, que están a años luz del resto del reparto.
Por otra parte, su ecologismo es bastante hipócrita. Todos visten espléndidas pieles que -claro- han quitado antes a los más diversos animales: osos, lobos, focas y hasta ballenas. Además, en contra de su supuesta bondad, los inuit son mostrados como unos seres machistas, violentos y, a veces, crueles. Para estropearlo aún más, el film se burla torpemente del afán evangelizador de algunos colonos cristianos -prefiere quedarse con la folclórica religiosidad tipo New Age de los esquimales- y recurre una y otra vez a exhibiciones eróticas, burdamente disfrazadas de naturalismo.
Mucho hincharse la boca con pomposos ideales a la moda. Pero, en realidad, lo que se busca es el éxito comercial a cualquier precio. En concreto, al precio de la violencia y el sexo; bellamente adornados, eso sí.