Director: Chen Kaige. Guión: Chen Kaige y Weng Peigong. Intérpretes: Gong Li, Zhang Fengyi, Li Xuejian, Sun Zhou, Lu Xiaohe, Wang Zhiwen, Chen Kaige. 163 min. Jóvenes-adultos.
No son muchos los títulos chinos que llegan a nuestras pantallas, pero, dada la calidad media de estas películas, casi siempre despiertan interés. Tras la deliciosa obra minimalista La ducha, de Zhang Yang, ahora se estrena un monumental fresco histórico, dirigido por Chen Kaige, autor de la galardonada Adiós a mi concubina.
El emperador y el asesino está ambientada en el siglo III a.C., cuando, tras más de doscientos años de guerras, Ying Zhen, rey de Qin, intenta fundir los siete reinos existentes en un gran imperio donde todos vivirán en paz. Dama Zhao, su amante, es enviada al reino de Han, donde debe encontrar a un asesino para fingir un atentado contra el rey. El fracaso del mismo le hará parecer invencible y servirá de pretexto para atacar al reino de Han. Pero Jing Ke, el mejor asesino del reino, ha dejado de matar, mientras que los métodos del rey de Qin -¿inspirado en Mao?- instauran un periodo de terror y brutalidad sin precedentes.
A pesar de haber tenido a su disposición a miles de figurantes, carros, caballos y especialistas, y de haber reconstruido ciudades y palacios, Chen Kaige ha vencido la tentación de convertir esta película en una fastuosa colección de fotografías de época. La historia que relata es más bien un drama humano, plagado de pasiones y conflictos eternos, amor y odio, ambición y traición, cobardía y heroísmo. Al modo de Shakespeare, ha dividido la narración en cinco actos, y son los personajes quienes mandan en la acción; nunca hay despliegues gratuitos. Por eso las batallas, los inmensos decorados, los enormes despliegues militares están siempre supeditados a la evolución de esos personajes; encarnados por un magnífico plantel de actores chinos, algunos de los cuales, como Gong Lin, ya habían trabajado con él.
Quizá para el gusto occidental, el ritmo de la acción decaiga en el capítulo dedicado al golpe de estado del Marqués, que en otra cultura o para aquellos que conocen la historia real que se recrea tal vez resulte interesante y hasta necesario. En cualquier caso, superado ese episodio, la tensión vuelve a crecer, y el final es memorable.
Todo convierte El emperador y el asesino en una película que vuelve a los orígenes del cine épico, a las escenas de masas y a los grandes temas, como en los mejores tiempos de Cecil B. De Mille.
Fernando Gil-Delgado