Director: Danny Boyle. Guión: John Hodge. Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Tilda Swinton, Virginie Ledoyen, Guillaume Canet, Robert Carlyle, Paterson Joseph. 110 min. Jóvenes-adultos.
Richard es un joven moderno. Él solito se ha montado unas vacaciones en Tailandia. Y se las arregla bastante bien. Una noche, un vecino de hotel con un punto (y dos) de locura le muestra un mapa de la playa, un lugar que sería algo así como el paraíso en la tierra. Al día siguiente, el vecino amanece muerto: se ha suicidado. Richard decide partir en busca del mítico lugar, y pide a una pareja de franceses (la chica le ha hecho tilín) que le acompañen en su aventura.
Este film, adaptación de una novela de Alex Garland, encaja de modo coherente en la filmografía de Danny Boyle. En A tumba abierta, las personas buscaban la felicidad a través del dinero, y en Trainspotting, por la droga; ambos caminos se revelaban insatisfactorios. En La playa tenemos un auténtico paraíso, al menos en apariencia; un lugar que pretende ser la utopía que todos hemos imaginado alguna vez. La playa secreta a la que llega el trío protagonista, tras diversas peripecias, ofrece un paraje increíble. Allí no es necesario trabajar; todo el día puede uno bañarse, retozar con el compañero o compañera de turno, practicar deportes, fumar hierba… Parece la comunidad perfecta, al estilo hippie, que vive solo para el deleite de los sentidos y hacer lo que venga en gana. Parece…
Es de agradecer que Boyle haga reflexionar un poco acerca de dónde ponemos nuestros anhelos de felicidad. El problema es que no tiene muy claro lo que pretende contar. Trata de adentrarse en la paradoja de que, en ese lugar idílico que nos pinta, reina el egoísmo y el autoritarismo. Ese ocio perpetuo vuelve poco menos que chiflados a los miembros de la comunidad perfecta. Muestra cómo en tal estado los corazones pueden endurecerse hasta límites insospechados. De ahí deviene el director en citas explícitas a Apocalypse Now, con Robert Carlyle trastocado en coronel Kurtz de pacotilla, y en una transformación de Leonardo DiCaprio, sin que venga a cuento, en un personaje que se cree protagonista de un videojuego. Con un guión irregular, en el que no existe lugar para la sorpresa o las alternativas, los personajes evolucionan poco, a no ser por la experiencia vivida. Queda al final, solo, la posibilidad de disfrutar de varias secuencias puntuales, con un magnífico envoltorio visual y sonoro. Y DiCaprio confirma otra vez que es un buen actor, y no solo el ídolo de las quinceañeras del momento.
José María Aresté