Director y guionista: Frank Darabont. Intérpretes: Tom Hanks, David Morse, Bonnie Hunt, Michael Clarke Duncan, James Cromwell, Michael Jeter, Doug Hutchison. 188 min. Jóvenes.
Hace cinco años, Frank Darabont sorprendió con Cadena perpetua, adaptación de un relato corto de Stephen King. Era una de esas raras películas redondas, en que el argumento depara giros inesperados, a la vez que ahonda en la amistad de los protagonistas, un par de presidiarios muy diferentes. Para volver a ponerse tras la cámara, Darabont ha optado por adaptar otra novela de King que también transcurre en una prisión. Esto tiene el handicap de las siempre odiosas comparaciones. Darabont debe estar a la altura de Cadena perpetua; y, aunque logra resultados más que dignos, lo cierto es que no lo está. Trata de dar a este film un enfoque visual distinto, y acentúa la sensación de claustrofobia, para alejarse así de su gran obra; pero la sombra de esta es demasiado alargada. De todos modos, La milla verde opta a los Oscars 1999 a la mejor película, guión adaptado, actor de reparto (Michael Clarke Duncan) y sonido.
La historia la enmarcan los recuerdos de un anciano que, en los años de la depresión norteamericana, fue guardián de los condenados a muerte en una prisión. Paul Edgecomb se esfuerza en hacer bien su trabajo: trata a los presos con humanidad, resuelve los conflictos que se presentan, congenia con sus compañeros. La llegada al pabellón de la muerte de John Coffey, un negro grandote condenado por el asesinato de dos niñas, le deja pronto perplejo. Este hombre simple muestra una rara inocencia, le envuelve un halo de bondad. Posee además una gracia especial para curar, que hace pensar a Paul que «Dios no ha podido poner un don como este en manos de un asesino».
Darabont demuestra una gran habilidad al urdir su guión, rico en situaciones. Sabe hacer avanzar la historia, dar a las situaciones de alto contenido dramático su contrapunto humorístico. Cierto que se toma su tiempo -más de tres horas-, pero lo aprovecha. Nos mete en ambiente; conocemos la rutina diaria de la galería de los condenados; somos testigos de cómo se prepara una ejecución; asistimos a varias; e intimamos con los personajes. Cada uno está dibujado con trazos vigorosos, de modo que todos permiten la composición, el lucimiento de los actores. Es verdad que hay un maniqueísmo algo evidente: a un lado están los buenos (cuatro de los guardianes, el alcaide, las esposas, tres de los condenados a muerte); al otro, los malos (un sádico guardián y un no menos sádico condenado). Pero es un punto de partida que Darabont asume conscientemente, y que merece respeto.
El film, además de sugerir temas como la amistad, la preocupación por los demás, la capacidad de redimirse, la dignidad de la persona, es un claro alegato contra la pena de muerte. No en la línea realista de Pena de muerte, sino con un aire de cuento fantástico, de fábula con moraleja. Lo cual no quita para que las dos secuencias de ejecuciones, al mostrar con crudo realismo lo que allí sucede, pongan los pelos de punta.
José María Aresté