Director y guionista: Terence Davies. Intérpretes: Gillian Anderson, Eric Stoltz, Laura Linney, Dan Aykroyd, Elizabeth McGovern, Anthony LaPaglia, Terry Kinney. 125 min. Jóvenes.
El soporte literario de esta aseada película de Terence Davies, prestigioso director británico de 47 años, es una novela de la escritora neoyorquina Edith Wharton (1862-1937). The House of Mirth (ver reseña en servicio 132/01) cuenta la historia de Lily Bart, una joven de la alta sociedad neoyorquina venida a menos, que se niega a celebrar un matrimonio de conveniencia y que tampoco acepta la vida que le ofrecen otros de sus pretendientes. Lily, una mujer muy sensible, no puede mantenerse económicamente. Sus sueños de autonomía no pueden cumplirse porque el sistema impide que una mujer permanezca soltera si quiere mantener un buen nivel social.
Lily no puede salir de la casa-cárcel en la que vive, que es la alta sociedad de Nueva York, con su proverbial carga de materialismo y superficialidad. Esencias de exquisitez, crueldad, prejuicios y egoísmos completan el cuadro. La película recrea la frustración de la atrapada Lily, un trasunto de Wharton, que se crió en ese ambiente implacable que abandonaría cumplidos los 45 años, para establecerse en París en 1907, y regresar tan solo una vez para recoger el Premio Pulitzer. En La casa de la alegría se critica con saña ese mundo frívolo e indolente en el que se vive para la apariencia, y donde el amor poco o nada tiene que ver con el matrimonio.
La edad de la inocencia, la novela más conocida de Wharton, ganó el Pulitzer en 1921 y fue llevada al cine por Martin Scorsese, en una versión que encandiló a unos y dejó bastante fríos a otros. Antes de enjuiciar la película de Davies -que en 1995 adaptó La Biblia de Neón de Kennedy Toole- conviene advertir que Wharton no es Henry James, ni Chéjov, ni Austen, ni Scott Fitzgerald, ni Lampedusa, ni Giono. Con esos escritores comparte acercamiento y análisis de mundos decadentes y colapsados, cerrados y asfixiantes. Pero Wharton, aunque poseedora de un prosa elegante y precisa, resulta pesada, previsible y académica.
El esmerado diseño de producción -el operador Remi Adefarasin es el de Elizabeth y Onegin- y la dirección artística brillan gracias a un ritmo deliberadamente pausado, tedioso y opresivo. En fin, la acertada interpretación de la célebre protagonista de Expediente X, arropada por muy buenos actores, hace de La casa de la alegría una película de buen nivel, aunque quizás su temática haya perdido vigencia y falte calado y recorrido en los personajes, que parecen congelados por la gélida mirada de la Wharton. Puede que por esta suma de motivos la película llegue con retraso, después de su paso en 2000 por el Festival de Valladolid.
Alberto Fijo