Director y guionista: Edward Burns. Intérpretes: Edward Burns, Heather Graham, Stanley Tucci, Rosario Dawson, Brittany Murphy. 105 min. Adultos.
El cine de relaciones está de moda, quizás porque es barato y permite escribir cosas ingeniosas. La influencia de la narrativa televisiva propia de las soap operas y de las sitcoms es evidente en la cuarta película del neoyorquino Edward Burns, conocido como actor y ganador en Sundance 1995 con Los hermanos McCullen, la primera película que escribió y dirigió.
Los seis paseantes de las aceras de esta película tienen problemas con el sexo, tantos que parece que las aceras solo sirven -no aparece un niño en toda la película- para conducirles de cama en cama. Burns, que confiesa una formación católica -por lo que se ve, no muy bien digerida-, pone en marcha un ingenioso pero no divertido carrusel para montar en los caballitos a seis personajes que dan bastante pena porque huelen a autómatas neuróticos y ególatras. A pesar de las notables interpretaciones y de un elogiable acabado técnico, la película parece el episodio piloto de una serie de televisión.
El sexo como problema -parece decir Burns- no debe convertirse en espectáculo. En este sentido, la película es deliberadamente contenida, quizá para explayarse en la crudeza verbal, servida al ritmo de un sondeo televisivo sobre los neoyorquinos y la cosa sexual. En su afán por ser ocurrente y original, los diálogos se le vuelven artificiales a Burns. Las procacidades acaban resbalando al sufrido espectador, un poco harto de tanto mozalbete listillo e independiente que se coloca bajo el paraguas bobalicón de la devoción a Woody Allen y a la Gran Manzana para vivir del sex show business. Quizá alguno pueda ver en películas como ésta una reflexión sobre la infelicidad generada por el big bang sexual. A mí me suena a falsete (Burns patinó cuando intentó el drama -No mires atrás- y vuelve a lo seguro). Me quedo con la inteligencia, el humor y la hondura europeas de Italiano para principiantes.
Alberto Fijo