Cuando las denuncias por delitos de odio arrinconan la libertad de expresión

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La práctica de la censura tiene cada vez más valedores en las sociedades democráticas. En una época de susceptibilidades disparadas, algunos pretenden mantener a raya las ideas impopulares.

De estas cuestiones se debatió el 13 de marzo en la Asociación de la Prensa de Madrid, durante la presentación del libro La censura maquillada (Dykinson) del abogado británico Paul Coleman, experto en derechos humanos, en una edición publicada en español por iniciativa de Aceprensa. En el foco de la obra, el modo en que las leyes “contra el discurso del odio” se están aplicando para recortar la libertad de expresión.

Durante el coloquio, que moderó Álvaro Lucas, director de Aceprensa Fórum, el periodista Jorge Bustos, jefe de opinión del diario El Mundo, aludió a la creciente tendencia a privilegiar la susceptibilidad antes que la libertad en las polémicas sobre la libertad de expresión. Ahí emerge la censura.

Lo más común ante los tribunales es que, según cuál sea el grupo perseguido, será mayor o menor la sensibilidad para protegerlo

Según el editor, censurar solo puede derivar en un empobrecimiento del debate público, aunque se haga siempre en nombre del bien, porque “nuestro censor nos ama”, ironizó. “La buena intención siempre está detrás de las peores perversiones”.

Por otra parte, si Sartre afirmó que “el infierno son los otros” y la actual corrección política pretende, desde su susceptibilidad, arrogarse el derecho de obligarlos a dejar de ser el infierno, también hay quienes, desde el otro extremo, apuestan por degradar el discurso público.

Intentar que este se asemeje al “verdadero lenguaje de la calle” no es la salida porque, dice, en el lenguaje de la calle también hay basura, “sentimientos que están mejor ocultos que expresados. Como sabéis, desde que se inventó Twitter las puertas de los baños públicos están impolutas. La gente se desahogaba ahí y ahora se desahoga en las redes. Sería preferible volver a los baños públicos que nadar en el fango de Twitter”.

El doble rasero marca el paso

También intervino la profesora de Derecho Francisca Pérez Madrid, de la Universidad de Barcelona, autora del prólogo a la edición española de La censura maquillada. Subrayó la realidad de que en Europa se han adelantado bastante más que en EE.UU. las barreras a partir de las cuales considerar la existencia de un delito de “odio”. El recuerdo de fenómenos históricos como el nazismo, que de demonizar a colectivos concretos pasó a la violencia para exterminarlos, provoca que las alarmas salten con más facilidad y que se pretenda aplicar sanciones de modo más expedito por determinadas expresiones, aun sin ocurrir los actos de violencia a los que, presuntamente, incitarían aquellas.

La censura solo puede derivar en un empobrecimiento del debate público

Solo que las alarmas y las sanciones apresuradas no parecen valer para todos los casos, y Pérez Madrid lo ejemplificó con demandas atendidas por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos: si para la alta instancia constituyó un “delito de odio” que varias personas repartieran, a la puerta de un colegio sueco, folletos sobre la incidencia de la homosexualidad en el aumento de casos de VIH (caso Vejdeland vs. Suecia), que las Pussy Riot escenificaran un escándalo en la catedral de Moscú no era punible. Es el doble rasero: según el grupo perseguido, es mayor o menor la sensibilidad para protegerlo. No hay un patrón coherente en las consideraciones del Tribunal de Estrasburgo, sino una “línea quebrada”, por la que juzga de modo distinto unos casos y otros.

Por su parte, José Manuel Velasco, presidente de Global Alliance for Public Relations and Communication Management, precisó que en Europa, a consecuencia del golpe que significó la crisis económica, hay personas dispuestas a sacrificar libertades –incluida la de expresión– con tal de ganar seguridad.

Es algo que sucede en sitios como China. De su experiencia allí, Velasco apuntó el hecho de que la pujanza económica del país asiático y su traducción en mayores cotas de bienestar, han inducido a muchos profesionales chinos de la comunicación a pensar que la libertad de expresión es tema de segundo orden y que es positivo limitar las críticas –contra el pequeño funcionario pueden ir todas; contra el Partido Comunista, ninguna–.

No debe –no puede– ser este el modelo. “Europa –señaló– no debe permitirse el lujo de que se le escape el discurso de las libertades”.


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Los ponentes

Jorge Bustos

Francisca Pérez Madrid

Los ponentes Jorge Bustos Francisca Pérez Madrid

José Manuel Velasco

Álvaro Lucas

Vista del público

José Manuel Velasco Álvaro Lucas Vista del público

Josemaría Carabante, Ignacio Aréchaga
y Adolfo Torrecilla

Asistentes al coloquio

La mesa

Josemaría Carabante, Ignacio Aréchaga y Adolfo Torrecilla Asistentes al coloquio La mesa

Fotos: Álex Matas

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