Uno de los rasgos más llamativos de algunas visiones contemporáneas del amor es la ausencia de términos medios: del romanticismo explosivo, que solo habla de emociones y experiencias inolvidables, fácilmente se pasa al desencanto y la decepción resentida. Ambos extremos pasan por alto que la mayor parte del tiempo, las relaciones de pareja transcurren sin grandes conmociones. A esa riqueza del amor tranquilo miran dos artículos recientes publicados en Greater Good Magazine.
Frente al fatalismo de las visiones que pasan –casi sin solución de continuidad– del entusiasmo al desengaño, el matrimonio Suzann Pileggi Pawelski y James Pawelski, autores de Happy Together, presenta las relaciones amorosas como una tarea en proceso. A medida que una relación madura, las parejas descubren emociones positivas que quizá no llenan titulares, pero que son capaces de llenar la vida de sentido y de satisfacción: la serenidad, la gratitud, la admiración…, “y, finalmente, el amor, si la relación es duradera”.
Es preciso distinguir entre lo que los medios de comunicación dicen que “debería” importarnos y lo que de verdad nos importa
Para conectar con esas emociones más silenciosas, es preciso estar atentos a lo que marcha bien en la vida conyugal. No se trata de ignorar los problemas, sino de ser realistas. Y lo realista es reconocer que también hay muchas cosas buenas. Concentrarse en lo negativo impide crecer y abre la puerta al desprecio: “Las investigaciones muestran que las parejas rompen a menudo no solo por problemas enormes, como un affaire o cosas por el estilo, sino también porque, con el tiempo, [las personas] dejan de sentirse reconocidas y apreciadas”.
Por eso, los Pawelski insisten tanto en el poder de la gratitud, “probablemente una de las emociones positivas y fortalezas más importantes en las relaciones, si no la más importante”. Las parejas en las que ambos expresan su aprecio por todas las cosas buenas que el otro hace por ellos, dicen, tienen muchas más probabilidades de permanecer juntas.
La felicidad prescrita y la real
Si la gratitud nos lleva a vivir con los pies en la tierra, pendientes del bien que nos hacen, las expectativas desorbitadas nos transportan a un mundo de fantasía… rico en frustraciones.
Para Tchiki Davis, fundadora del Berkeley Well-Being Institute, esas expectativas se absorben desde la juventud. Por ejemplo, con las comedias románticas. Como explica en otro artículo publicado en la misma revista, los adultos cuentan con la experiencia para discernir mejor lo que hay de ficción y de realidad en esas películas. Pero los jóvenes, desprovistos de esa experiencia, tienden a hacerse una idea equivocada de lo que cabe esperar de un proyecto de vida en común: claro que el romanticismo, la intimidad y la pasión son importantes, pero también “la aceptación, la honestidad y el compromiso”. Llegar a la vida adulta con esa mochila de idealizaciones, es una fuente de desconcierto.
En realidad, lo que dice Davis también vale para los adultos. Y remitiendo a varios estudios, afirma: “Los espectadores habituales de comedias románticas tienden menos a pensar que pueden cambiar aspectos de sí mismos o de su relación, tienden más a creer que su pareja debe conocer de forma intuitiva sus necesidades, y tienden más a pensar que las relaciones sexuales deben ser perfectas. También declaran niveles más bajos de satisfacción”.
Para recalibrar las expectativas, Davis aconseja hacer una lista de lo que esperamos de nuestra relación y preguntarnos, en primer lugar, si es realista. Una forma de comprobarlo es plantearnos qué pasaría si me exigieran a mí todo lo que espero de la personas amada. ¿Soy capaz de adivinar siempre sus necesidades ? ¿Digo siempre lo más conveniente? ¿Soy perfecto?…
Las parejas en las que ambos expresan su aprecio por todas las cosas buenas que el otro hace por ellos, tienen muchas más probabilidades de permanecer juntas
El segundo paso es distinguir entre lo que los medios de comunicación dicen que “debería” importarnos y lo que de verdad nos importa. Hay muchas formas de expresar y de recibir amor, aparte de las que prescriben las comedias románticas.
Por último, Davis invita a separar los gustos de las necesidades. También para saber qué podemos pedir de forma realista. “Una necesidad es algo que te satisface a un nivel profundo. Si no se satisface, afecta de forma profunda a la calidad de vida. Por ejemplo, quizá no necesitas que tu pareja te compre flores, pero necesitas sentirte sorprendido de vez en cuando. O tal vez no necesitas que tu pareja adivine lo que quieres, pero necesitas sentirte escuchado cuando dices lo que quieres”.
Este realismo llevó a Davis a apreciar mucho más su matrimonio. Bastó liberarse de la idea de felicidad que las comedias románticas habían previsto para ella.