En un artículo para L’Osservatore Romano, el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Mons. Luis Francisco Ladaria, sale al paso de conjeturas acerca de la ordenación sacerdotal de mujeres en la Iglesia católica. Recuerda que Juan Pablo II declaró definitiva, irreformable esta doctrina, remitiéndose a la tradición ininterrumpida de la Iglesia e ilustrándola con serios argumentos teológicos.
Ladaria afirma en su artículo que la Iglesia está arraigada en Jesucristo por medio de los sacramentos, la Eucaristía ante todo. “Íntimamente ligado a la Eucaristía se encuentra el sacramento del orden, en el que Cristo se hace presente a la Iglesia como fuente de su vida y de su acción”. Y, como enseña el Concilio Vaticano II, los sacerdotes son configurados “con Cristo Sacerdote, para que puedan actuar en nombre de Cristo” (Presbyterorum Ordinis, n. 2)”.
Tradición constante y universal
Cristo confirió este sacramento a los doce apóstoles, todos varones, quienes, a su vez, lo comunicaron a otros. Como afirmó Juan Pablo II en su carta Ordinatio sacerdotalis, la doctrina sobre la ordenación sacerdotal reservada a los varones pertenece a la “Tradición constante y universal de la Iglesia”: no es discutible ni tiene un valor meramente disciplinar.
La Congregación para la Doctrina de la Fe, en respuesta a una duda sobre la enseñanza de Ordinatio sacerdotalis –añade Ladaria–, “reiteró que se trata de una verdad perteneciente al depósito de la fe”.
No obstante, siguen alzándose voces en contra, por entender que la doctrina no es definitiva, puesto que no se definió ex cathedra: podría ser modificada por un futuro papa o un concilio. Sembrando estas dudas, a juicio del próximo cardenal, “se provoca una grave confusión entre los fieles, no solo sobre el sacramento del orden, como parte de la constitución divina de la Iglesia, sino también sobre el magisterio ordinario, que puede enseñar infaliblemente la doctrina católica”.
El prefecto de la Fe recuerda que no se trata de un asunto disciplinar –una especie de norma para la eficacia de la Iglesia en el mundo–, sino doctrinal: pertenece a la estructura de los sacramentos, lugar originario del encuentro con Cristo y de la transmisión de la fe.
Profundizar en los fundamentos teológicos
Consciente de que, por obediencia al Señor, no puede modificar esta tradición, “la Iglesia se esfuerza también por profundizar en su sentido, ya que la voluntad de Jesucristo, que es el Logos, nunca carece de sentido. El sacerdote, en efecto, actúa en la persona de Cristo, esposo de la Iglesia, y su condición de varón es un elemento indispensable de la representación sacramental (cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Inter insigniores, 15-10-1976, n. 5). Ciertamente, la diferencia de funciones entre varones y mujeres no supone subordinación, sino enriquecimiento mutuo. Recuérdese que la figura plena de la Iglesia es María, la Madre del Señor, que no recibió el ministerio apostólico. Vemos así que lo masculino y lo femenino, el lenguaje original que el Creador ha inscrito en el cuerpo humano, son asumidos en la obra de nuestra redención. Precisamente la fidelidad al designio de Cristo para el sacerdocio ministerial permite, pues, profundizar y promover cada vez más el papel específico de la mujer en la Iglesia, puesto que, ‘en el Señor, ni el varón sin la mujer, ni la mujer sin el varón’ (1 Cor 11, 11)”.
“Por otra parte, las dudas sobre el carácter definitivo de la Ordinatio sacerdotalis tienen graves consecuencias también sobre la manera de entender el Magisterio de la Iglesia. Es importante reafirmar que la infalibilidad no se refiere solo a los pronunciamientos solemnes de un concilio o del Sumo Pontífice cuando habla ex cathedra, sino también a la enseñanza ordinaria y universal de los obispos esparcidos por el mundo, cuando proponen, en comunión entre sí y con el Papa, la doctrina católica que ha de considerarse definitiva. Juan Pablo II se refería a esta infalibilidad en la Ordinatio sacerdotalis. Así, pues, no declaró un nuevo dogma, sino que, con la autoridad del sucesor de Pedro, confirmó formalmente e hizo explícito, para quitar toda duda, lo que el Magisterio ordinario y universal ha enseñado a lo largo de la historia de la Iglesia como perteneciente al depósito de la fe”.
Mons. Ladaria aporta otra prueba más de la profundidad con que Juan Pablo II examinó la cuestión: la consulta previa que hizo en Roma a los presidentes de las Conferencias Episcopales implicados en este tema. “Todos, sin ninguna excepción, declararon, con plena convicción, por obediencia de la Iglesia y al Señor, que esta no tiene facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres”.
Francisco: la cuestión no se discute
Benedicto XVI reiteró esta enseñanza en la Misa crismal de 2012. Más recientemente, el Papa Francisco reafirmó, en su exhortación apostólica Evangelii gaudium, 104, que “el sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía, es una cuestión que no se pone en discusión”. En el mismo lugar invitó a no interpretar el sacerdocio como expresión de poder, sino de servicio, de modo que se perciba mejor la igual dignidad del hombre y de la mujer en el único cuerpo de Cristo. En la conferencia de prensa, durante el vuelo de regreso de su viaje apostólico a Suecia el 1 de noviembre de 2016, lo reiteró: “Sobre la ordenación de la mujer en la Iglesia católica, la última palabra clara fue pronunciada por san Juan Pablo II, y permanece”.
Luis Ladaria concluye su artículo así: “En este tiempo, cuando la Iglesia está llamada a responder a tantos desafíos de nuestra cultura, es esencial que permanezca en Jesús, como los sarmientos de la vid. (…) Solo la fidelidad a sus palabras, que no pasarán, asegura que estemos arraigados en Cristo y en su amor”.