Que la cohabitación previa al matrimonio contribuye a hacerlo más frágil es un fenómeno bien documentado. Hasta el punto, sostiene J. Budziszewski, de que los sociólogos de la familia ya no se plantean si las parejas que conviven antes de casarse son más inestables, sino a qué se debe esa mayor fragilidad. En un artículo publicado en su blog, ofrece una posible explicación.
A quienes ven la cohabitación como una preparación al matrimonio, Budziszewski, profesor de Filosofía Política en la Universidad de Texas en Austin, les recuerda la diferencia esencial entre ambas realidades. “Lo que busca la gente al casarse es tener un compromiso, mientras que lo que lleva a cohabitar es librarse de él. ¿Cómo puede ser la ausencia de compromiso un entrenamiento para el compromiso?”.
Entre las parejas que cohabitan es frecuente que tienden a “deslizarse” hacia el matrimonio, más fruto de la inercia que de una decisión consciente
El hecho de que el futuro de una unión de hecho sea más incierto, dado que se da por sentado que no es para toda la vida, “hace que las parejas tengan menos incentivos para invertir en la relación. Lo que, a su vez, aumenta el grado de incertidumbre”.
Para Budziszewski, la inseguridad propia de estas relaciones acaba cristalizando en un estilo de vida calculador. “Las personas que cohabitan tienden a llevar el tanteo” y a medir lo que da cada cual. Este comportamiento vendría exigido por la lógica de la cohabitación: ¿por qué querría una persona darse del todo a otra que no tiene intención alguna de comprometerse con ella de por vida? Si finalmente deciden casarse, entrarán al matrimonio con ese hábito consolidado.
Deslizarse no es decidir en serio
Budziszewski concluye aludiendo a dos explicaciones que ha escuchado a algunos especialistas sobre la mayor inestabilidad de las parejas de hecho. Una apunta al diferente grado de consciencia con que unos y otros llegan al matrimonio. Para quienes no cohabitan, casarse suele ser una decisión muy pensada: precisamente porque no hay un período de prueba previo. En cambio, entre las parejas que cohabitan es frecuente que tienden a “deslizarse” hacia el matrimonio, más fruto de la inercia que de una decisión consciente.
Es la tesis que mantiene, por ejemplo, Scott Stanley, investigador en la Universidad de Denver y autor del blog Sliding vs Deciding. En un estudio homónimo, realizado con otros dos psicólogos, sostienen que dar ciertos pasos por inercia en la vida de pareja –convivencia, sexo, embarazo– puede traer más problemas a la relación (y motivos para abandonarla) que si los hubieran dado de forma más juiciosa, mientras que no necesariamente aumentan el grado de compromiso ni de implicación en la relación.
“Lo que busca la gente al casarse es tener un compromiso, mientras que lo que lleva a cohabitar es librarse de él”
Una de las hipótesis de Stanley es que “algunas personas se casan con otras con quienes no se habrían casado si no hubieran cohabitado antes”. La convivencia previa es lo que, a su juicio, aumenta el riesgo de inercia; en cambio, los novios que no cohabitan tienen más fácil romper la relación si no ven futuro al posible matrimonio.
La otra explicación que menciona Budziszewski mira a las distintas expectativas con que mujeres y hombres afrontan la cohabitación: no es infrecuente que cuando ellas quieren casarse después de haber convivido, ellos no estén interesados. “Los hechos son particularmente crueles con la mujer, quien probablemente piensa que si cohabita una temporada lo suficientemente larga con un hombre, él acabará casándose con ella. Pero lo cierto es que, cuanto más tiempo cohabitan, más acaba ella en una posición de desventaja”. En este sentido, dice, “el matrimonio civiliza al varón” y aporta estabilidad a la relación.
El desequilibrio es particularmente pronunciado en las parejas jóvenes, como mostraron los sociólogos Michael Pollard y Kathleen M. Harris a partir de una muestra de 2.068 hombres y mujeres de 18 a 26 años. El 41% de los varones que cohabitan afirma que no están “completamente comprometidos” con sus parejas, frente al 26% de las mujeres que declaran lo mismo. Entre los casados, estos porcentajes son mucho más bajos: el 18% entre los hombres y el 12% entre las mujeres.
Budziszewski concluye su artículo con una pregunta: “¿Por qué una relación basada en la ausencia de compromiso, con múltiples incentivos para el fracaso y claras desventajas para la mujer debería ser una buena preparación al matrimonio?”.