El tiempo que pasan los niños jugando fuera de casa y en contacto con la naturaleza se ha reducido mucho. Y eso no es bueno, advierten distintos educadores que cita en Le Monde la periodista Moina Fauchier-Delavigne.
Según una encuesta del Institut de Veille Sanitaire, 4 de cada 10 niños franceses de 3 a 10 años no juegan nunca fuera de casa durante la semana. En Estados Unidos, un estudio del Manhattan College estima que el 71% de las madres actuales jugaban habitualmente al aire libre cuando eran pequeñas, pero solo el 26% de sus hijos hacen eso.
Distintos factores tienden a encerrar en casa a los niños hoy día: la vida urbana, el atractivo de los entretenimientos electrónicos, el miedo a que sufran accidentes.
Pero los niños sedentarios fácilmente tienen sobrepeso y otros problemas. Psicólogos como Béatrice Millêtre dicen que en los pequeños se ven cada vez más casos de estrés o depresión, y la miopía se ha hecho más frecuente por el mayor uso de pantallas y la menor exposición a la luz natural.
Precisamente ahora que se recomienda reducir el tiempo que dedican los niños a las pantallas, fomentar su contacto con la naturaleza es una buena opción, dice la periodista. No hay que tener tanto miedo a los peligros: caídas, golpes, heridas, picaduras… Si a un niño se le sustrae a ellos, no se ejercita en el manejo del riesgo, que le permite probar sus capacidades, acostumbrarse a caer y volver a levantarse, adquirir confianza en sí mismo.
Dice el autor canadiense Scott Sampson en su libro How to Raise a Wild Child que, cuando un niño juega al aire libre, la naturaleza le ofrece distintos retos, ocasión de tomar decisiones y superar dificultades. Y mientras que el ocio casero suele ser solitario, la actividad en el exterior facilita que los niños jueguen con otros, y así contribuye también al desarrollo de aptitudes sociales.
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