Finlandia, el único país donde se estaba realizando un experimento de renta básica, va a abandonar la iniciativa. El gobierno ha anunciado que a finales de año se clausurará el experimento realizado con 2.000 desempleados, que desde enero de 2017 han estado recibiendo 560 euros mensuales, sin el requisito de tener que buscar o aceptar un empleo.
Se trataba de un experimento pilotado por la agencia de Seguridad Social, con la idea de ver sus efectos en los receptores, comprobar el coste y simplificar el sistema. En sentido estricto no era un sistema de renta básica universal, ya que solo se daba a un grupo restringido de desempleados y en una cuantía insuficiente para vivir solo de esa renta.
Como Finlandia es un país rico –con una renta per cápita de 40.600 euros–, el objetivo no era luchar contra la pobreza sino lograr un gasto social más eficiente y comprobar si una renta mínima garantizada era un incentivo para que el beneficiario buscase un empleo.
Ahora el gobierno ha decidido que las ayudas a los desempleados estarán condicionadas a recibir formación al menos durante 18 horas en tres meses. La tasa de paro en Finlandia es del 8,5%, superior a las de otros países nórdicos.
Algún experto implicado en el experimento ha declarado que dos años es un periodo demasiado corto para sacar conclusiones, y que el gobierno debería prolongar el plazo. Pero el gobierno, formado en 2015 por una coalición de partidos de centro-derecha, emprendió una poda del generoso Estado de bienestar finlandés. Sus esfuerzos se han concentrado en sanear las finanzas públicas mediante una reducción del gasto, y en estimular la competitividad de la economía. El experimento de renta básica no ha resistido en medio de esta política de austeridad.
Los detractores de la idea de renta básica sostienen que, al desvincular el ingreso del empleo y el subsidio del estado de necesidad, desincentiva el trabajo. Los partidarios dicen que, al tener un ingreso mínimo garantizado, el receptor podrá buscar un trabajo en mejores condiciones. Por el momento, Finlandia –un país de 5,5 millones de habitantes– ha dejado de ser el laboratorio para ensayar este experimento que había despertado un interés internacional.
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