La Organización Internacional de las Migraciones (OIM) ayudó a casi 3.500 emigrados iraquíes en Europa a volver a casa durante 2015. La cifra es apenas una porción del número de los que se regresan, que en ocasiones lo hacen con la asistencia del país de acogida o de las embajadas iraquíes en la UE.
La tendencia va en aumento. “Desde que comenzó 2016, las peticiones de asistencia [para retornar] se han incrementado”, dice Thomas Weiss, jefe de la misión de la OIM en Iraq, citado por The New York Times.
Según el diario, el gobierno iraquí envió recientemente una delegación a Europa para organizar el regreso de sus connacionales que lo desearan, y se estudia la posibilidad de que Bagdad envíe aviones para recogerlos. “Hay un gran número de migrantes iraquíes que desean retornar”, afirma un portavoz del Ministerio de Migración y Desplazamiento, en Bagdad. “Algunos lo hacen por razones personales; otros, porque su aplicación a la residencia ha sido rechazada, o por el alto costo de las condiciones de vida. Somos incapaces de dar una cifra de todos los que han vuelto, porque muchos lo han hecho a sus propias expensas y no a través del Ministerio”.
La situación contrasta con la del pasado verano, cuando las páginas de Facebook de los emigrados bullían de posts sobre el viaje a Europa. Ahora, muchos de los que llegaron están volviendo a las redes sociales para advertirles a sus coterráneos que no lo intenten. “Estoy esperando ahora mismo mi vuelo a Bagdad (…). Aconsejaría a todos que no se arriesguen y no vengan a Europa”, dice el post de un usuario, que se queja, entre otras cosas, de la comida europea.
Entre los casos que cita el diario estadounidense, está el de Mohammed al-Jabiry, de 23 años, quien dice haber notado un cambio de actitud hacia los iraquíes: “En los primeros días, al llegar [a Finlandia], la gente estaba impresionada con nosotros. Nos tomaban fotos, nos invitaban a sus casas. Les gustaban nuestro tono de piel y nuestro cabello oscuro”.
Sin embargo, la masacre terrorista en París, en noviembre de 2015, hizo que muchos cambiaran la perspectiva: “Nos volvían el rostro. Sentía que los fineses ya no nos querían”, afirma. Según el joven, las autoridades no le obligaron a marcharse, pero sí percibió señales de cuál era el deseo de estas cuando llegó información a los centros de refugiados de que Finlandia pagaría los billetes de viaje de los que desearan volver a Iraq.
Otro de los que ha regresado es Haithan Abdulatiff, de 48, quien vendió su coche Mercedes por 8.000 dólares, para pagarse el viaje hacia Europa junto con su hija de 10 años. Llegó a Bélgica con las expectativas muy altas: “Creí que nos darían una casa, un buen trabajo, para poder tener una vida mejor. Era aquello con lo que había soñado”.
La realidad, sin embargo, le golpeó, tras haber perdido casi todo su dinero pagando a los traficantes de personas. Odiaba la comida local (“leche y tostadas en el desayuno y sándwiches de queso para el almuerzo”), y entendió que conseguir la residencia y encontrar un trabajo decente le llevaría meses, por lo que fue ante las autoridades y les dijo: “Quiero irme a Iraq”. Los funcionarios, asegura, se sorprendieron, pero él les contestó: “Prefiero morir en mi país que hacerlo en un país extraño”.
No obstante, como algunos de los que retornan, Abdulatiff guarda también algunos recuerdos gratos. “Era todo muy verde y limpio”, afirma. “Todo era bonito, incluso la conducta de las personas. Era 99,9% diferente de Bagdad. La gente aquí habla de modo sectario: ‘Este es chiita, este es sunnita, este es kurdo’. (…) Ahora considero el viaje como algo divertido. No lo lamento”.