La educación diferenciada separa chicas y chicos solo en las horas lectivas y para enseñarles, así como todas las escuelas separan a los alumnos de sus familias y los distribuyen por edades durante el mismo tiempo y con el mismo fin.
Los que defienden la educación diferenciada como modelo pedagógico lo hacen basándose en argumentos académicos y sociales. En cuanto a lo primero, se dice que el educar por separado permite a los profesores emplear los métodos más acordes con la forma de aprender de cada sexo, y reforzar los puntos débiles.
En el caso de las chicas, por ejemplo, la educación diferenciada ofrece la oportunidad de que participen más activamente en la discusión de ideas en clase, ya que en las aulas mixtas los chicos suelen acaparar las intervenciones.
En cuanto a ellos, algunos analistas explican que parte de su mayor fracaso escolar y sus peores notas –un fenómeno observado en muchos países– tiene que ver con la mayor facilidad de sus compañeras en la lectoescritura: esta brecha se puede ver reforzada si el profesorado (mayoritariamente femenino, sobre todo en la etapa primaria) deja que el ritmo lo marquen las alumnas, con lo que algunos chicos quedan rápidamente descolgados en una destreza básica para el resto de competencias escolares.
Frecuentemente se dice que la escuela diferenciada crea un ambiente artificial que no se corresponde con la realidad social. Sin embargo, esa “realidad” que suelen invocar los detractores de este modelo no es tan plural: hay sectores profesionales claramente dominados por uno de los sexos. En cualquier caso, el contexto escolar es de por sí “artificial”, y lo es porque deliberadamente se ha construido así por motivos estrictamente pedagógicos: la separación por edades, las normas de convivencia y de funcionamiento, o la misma concentración de población infantil no se corresponden con lo común fuera de las aulas.
El criterio para juzgar un modelo educativo no debe ser, por tanto, cuánto se parece a la realidad fuera de las aulas, sino si cumple los objetivos encomendados a la escuela. Conviene no olvidar, por ejemplo, que los alumnos aún no son adultos, y es bueno preservarlos –aunque sea “artificialmente”– de ciertas presiones negativas para el desarrollo de su personalidad.
Por ejemplo, la “cultura adolescente” transmite una idea de éxito basada en la popularidad, en la que a su vez tiene mucha importancia el aspecto físico. Gustar a los chicos o impresionar a las chicas se puede convertir para muchos alumnos en una presión añadida que perjudique su formación académica y personal. De ahí que, como explica el sociólogo Jaume Camps, la educación diferenciada ofrezca como una de sus ventajas la de “despresurizar el aula”.