En el viaje del Papa a Estados Unidos, precedido de tantas expectativas, muchos analizan cada palabra y gesto de Francisco según cálculos políticos –si beneficia a republicanos o a demócratas– o de respaldo a católicos del ala conservadora o progresista. Pero Francisco es un personaje que no se deja encasillar fácilmente.
Ya durante el trayecto en avión de Cuba a Washington, el Papa aclaró, a preguntas de los periodistas, que “no era un izquierdista” y que lo que decía no se apartaba un ápice de la doctrina social de la Iglesia.
En la ceremonia de bienvenida en la Casa Blanca, como cabía esperar, la cortesía obligaba a destacar los puntos en común. El Papa ha reconocido los esfuerzos de la Administración Obama en mejorar el cuidado del medio ambiente y la acogida a los inmigrantes. Por su parte, Obama ha elogiado la labor social de la Iglesia católica en favor de los más débiles y ha coincidido en la “sagrada obligación” de defender el planeta. El Papa y el presidente hicieron también una defensa de la libertad religiosa, pero cada uno la aplicó más bien a ámbitos diferentes.
A los obispos: “Ay de nosotros si convertimos la cruz en bandera de luchas mundanas”
Sintonía en medio ambiente e inmigración
Presentándose como “hijo de una familia inmigrante”, Francisco dijo sentirse feliz de ser invitado a un país “construido en gran parte por estas familias”. Y aseguró que los católicos americanos “están comprometidos a construir una sociedad que sea verdaderamente tolerante e inclusiva, para salvaguardar los derechos de individuos y comunidades, y para rechazar cualquier forma de injusta discriminación”. El adjetivo “injusta” no está de más, pues más de una vez se ha acusado allí a la Iglesia –por ejemplo, en el tema del matrimonio gay– de no reconocer los mismos derechos a un colectivo.
Consideró positivo el deseo del presidente de reducir las emisiones que dañan el ambiente, y añadió que “el cambio climático es un problema que no se puede dejar a la próxima generación” y alentó a “hacer los cambios necesarios para lograr un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar”.
Este tema encontró eco en las palabras del presidente, quien agradeció al Papa que haya recordado al mundo “la sagrada obligación de proteger nuestro planeta, ese magnífico regalo que Dios nos ha hecho”. Palabras en las que se comprueba una vez más que los presidentes americanos no tienen reparo en utilizar un lenguaje religioso.
También hubo sintonía en el tema de la inmigración, en el que Obama ha intentado, sin éxito por la oposición del Congreso, lograr una legislación más flexible que regularice la situación de millones de indocumentados. Apelando a la misericordia, tan predicada por el Papa, Obama la aplicó a “recibir al extranjero con empatía y un corazón abierto, desde el refugiado que huye de países en guerra, al inmigrante que deja su país en busca de una vida mejor”.
Obama elogió tanto “el mensaje de amor y esperanza [del Papa] que ha inspirado a tantos”, como la labor social de la Iglesia católica en EE.UU. y en el mundo para “dar de comer al hambriento, curar al enfermo, dar techo al que no lo tiene, educar a los niños, y fortalecer la fe que sostiene a muchos”.
El Papa y el presidente hicieron una defensa de la libertad religiosa, pero cada uno la aplicó más bien a ámbitos diferentes
La libertad religiosa, en el país y fuera
Ambos hicieron referencia también a la libertad religiosa, que, según dijo Francisco, “sigue siendo una de las más preciosos bienes de América”. Y, recordando lo que habían dicho los obispos estadounidenses, advirtió que “todos debemos estar vigilantes, precisamente como buenos ciudadanos, para preservar y defender esa libertad frente a todo lo que pueda amenazarla o comprometerla”.
Hay que tener en cuenta que los obispos de EE.UU. se han movilizado en los últimos años –también en los tribunales– para hacer frente a las leyes y las políticas del gobierno que impiden a las personas o a las instituciones (hospitales, escuelas, universidades, organizaciones benéficas…) actuar de acuerdo con su ideario. Pues, a menudo, las denuncias por discriminación se están convirtiendo en la nueva arma para reducir la libertad religiosa y declarar ilegal la identidad propia de las instituciones católicas. Ejemplo de esto son las controversias sobre la obligatoriedad del empleador de financiar en el seguro sanitario métodos anticonceptivos que la Iglesia considera inmorales, o la dificultad para despedir empleados cuya conducta contradice el ejemplo que deben dar en una institución católica.
Pero Obama prefirió situar las amenazas a la libertad religiosa como un problema de otras latitudes: “En Estados Unidos respetamos la libertad religiosa. Sin embargo, en la actualidad y a lo largo del mundo, hijos de Dios, incluidos los cristianos, son perseguidos e incluso asesinados por su fe…”
En este primer encuentro de bienvenida, en el que cada parte quería destacar los puntos de coincidencia, se respiraba un tono cordial y acogedor.
A los obispos: la cultura del encuentro
Un mensaje de unidad y de estímulo a la evangelización fue el que Francisco dirigió a los obispos estadounidenses, en la Catedral de San Mateo en Washington, aunque les aseguró que “no es mi intención trazar un programa o delinear una estrategia”.
Mostrando su deseo de llegar a todos los católicos, pidió que nadie “se sienta excluido del abrazo del Papa”.
Francisco y Obama coincidieron en proponer una sociedad abierta a los inmigrantes
Les expresó su agradecimiento por “el firme compromiso de su Iglesia a favor de la vida y de la familia, motivo principal de mi visita”. Admiró los esfuerzos que dedican “a la misión educativa en sus escuelas a todos los niveles, “muchas veces sin que se reconozca su valor y sin apoyo”; así como su empeño en “acoger e integrar a los inmigrantes”. También aludió a los casos de abusos a menores que afectaron con fuerza a la Iglesia en este país. “Sé cuánto les ha hecho sufrir la herida de los últimos años, y he seguido de cerca su generoso esfuerzo por curar a las víctimas, consciente de que, cuando curamos, también somos curados, y por seguir trabajando para que esos crímenes no se repitan nunca más”.
Al animar a los obispos a la evangelización, Francisco les ha recordado que “la vida del pastor se alimenta de la intimidad con Cristo”. Les ha pedido que enseñen “no una predicación de doctrinas complejas, sino el anuncio gozoso de Cristo, muerto y resucitado por nosotros”.
También les ha advertido que eviten mezclar la fe en batallas temporales: “Es necesario que el obispo perciba lúcidamente la batalla entre la luz y la oscuridad que se combate en este mundo. Pero, ay de nosotros si convertimos la cruz en bandera de luchas mundanas”.
El método ha de ser el diálogo, pues “somos artífices de la cultura del encuentro”. Por eso les animó a “dialogar sin miedo”. “De lo contrario no se puede entender las razones de los demás, ni comprender plenamente que el hermano al que llegar y rescatar, con la fuerza y la cercanía del amor, cuenta más que las posiciones que consideramos lejanas de nuestras certezas, aunque sean auténticas. El lenguaje duro y belicoso de la división no es propio del Pastor”, les dijo el Papa. “Nuestra misión episcopal consiste en primer lugar en cimentar la unidad”.
En un país tan desgarrado a menudo por las “guerras culturales” y en una Conferencia Episcopal de 457 obispos, la llamada a superar la división parece obligada.