Ignacio Echevarría, columnista de El Cultural (5-06-2015), advierte que hoy el debate público no busca la confrontación de ideas sino el derrape del adversario.
“En la actualidad, el debate de ideas se limita a la detección de los derrapes. Una vez que el derrape ha sido cometido, el responsable puede disculparse; a eso se limitan sus derechos”, sostenía el escritor francés Michel Houellebecq en una reciente entrevista concedida a Babelia.
En esta declaración de Houellebecq sobre los limitados horizontes de nuestra libertad de expresión “luce –según Ignacio Echevarría– una idea bien aprovechable precisamente por su obviedad”. En efecto, “se hace difícil calibrar hasta qué punto las garantías formales de la libertad de expresión, la conversión de ésta en fetiche o talismán del fundamentalismo democrático, son proporcionales a su irrelevancia en una cultura cada vez más cautiva del llamado ‘pensamiento único’”.
A este respecto, las recientes campañas electorales son sintomáticas. “Basta que el lector repase mentalmente los eslóganes de los distintos partidos políticos para darse cuenta de su casi perfecta intercambiabilidad mutua”, explica Echevarría. “Cualquiera que sea el contenido de los programas en juego, importa mucho más la capacidad de sus portavoces para no espantar al potencial votante con ninguna declaración que pueda alarmarlo”.
En los escasos debates públicos, “milimétricamente escenificados”, no se trata tanto de ejercer la encumbrada libertad de expresión, como de “hacer perder pie al oponente consiguiendo eso: que ‘derrape’, que se le escape alguna frase inconveniente; no desde luego sobre ningún asunto sustancial (esos ya ni siquiera salen a colación), sino una de esas frases que presuntamente ponen en evidencia la falta de ‘tacto’, de ‘sensibilidad’ del interlocutor hacia cualquier materia de las que en la actualidad provocan el escándalo público y saltan en primer lugar a los titulares de la prensa: sobre las víctimas del terrorismo, sobre el matrimonio gay, sobre las corruptelas, sobre la bandera de turno”. En consecuencia, el debate político e intelectual se ha convertido en un “virtuosismo de patinadores artísticos”, en palabras de Ignacio Echevarría. Un ejercicio de sofística hueca, pero sin derrapes.
Paradójicamente, tal y como señala Echevarría, “la libertad de expresión es defendida con tanta mayor firmeza en cuanto los márgenes de esa libertad aparecen constreñidos por los tácitos preceptos de la mayoría bienpensante. Asimismo, la democracia es invocada con énfasis tanto más solemne cuanto más firme es la convicción de que el orden global constriñe indefectiblemente toda alternativa política”.