La decisión del PEN American Center de otorgar al Charlie Hebdo el Premio al Valor en la Libertad de Expresión ha reabierto el debate sobre los límites de esa libertad. Entre los descontentos hay seis novelistas invitados como anfitriones a la gala del PEN, que han decidido no asistir en señal de protesta.
Uno de ellos, el australiano Peter Carey, dice que la entrega de este galardón al semanario francés se aleja del propósito originario de esta asociación: rendir homenaje a escritores y periodistas que han destacado por defender la libertad de expresión frente a la opresión de un gobierno. “No cabe duda de que se cometió un crimen horrible. ¿Pero es una causa de la libertad de expresión sobre la que deba estar orgulloso el PEN?”, se pregunta en declaraciones al New York Times.
La estadounidense Rachel Kushner tampoco se siente cómoda premiando las agresivas sátiras del semanario, a las que califica de “intolerancia cultural” y de promover “una especie de secularismo impuesto”. Por su parte, el novelista Teju Cole, de origen nigeriano y nacionalidad estadounidense, acusa la revista de “racista y de provocaciones islamófobas”.
A ellos se han unido otros tres escritores en lengua inglesa que estaban invitados a la gala. Pero no son los únicos. El New York Times explica que también han protestado otros socios del PEN que no participan en la gala. Es el caso de la estadounidense Deborah Eisenberg, quien advierte del ambiguo mensaje que puede enviar la asociación al premiar al Charlie Hebdo: no hay que olvidar que el semanario “se ha hecho doblemente famoso por el terrible asesinato de sus miembros a manos de extremistas musulmanes, pero también por sus representaciones denigratorias de los musulmanes”.
Algo más que un pulso de valentía
En defensa de la entrega del premio al Charlie Hebdo ha salido el escritor indio Salman Rushdie, sobre el que pesaba una amenaza de muerte por su libro Versos satánicos. Según cuenta The Telegraph, Rushdie acusa a los seis novelistas de “falta de carácter” y de favorecer la intimidación. Pero no se entiende qué hay de pusilánime en dar un paso al frente para plantear el debate sobre los límites de la libertad de expresión.
Más moderada ha sido la respuesta oficial del PEN a las quejas de los seis disidentes. En coherencia con el fin que persigue la asociación –promover la libertad de expresión en el mundo–, el PEN celebra que entre sus asociados haya “opiniones firmes y diversas sobre temas complejos”.
Pero la nota de prensa también pone de manifiesto que para el PEN no existen unos usos más valiosos que otros de esta libertad. Y ni siquiera importa lo que se expresa con esa libertad: lo valioso, parece decir, es la libertad de expresión porque sí, y la valentía con que se defiende.
Sobre las caricaturas del Charlie Hebdo admite que “puede que nos ofendan a la mayoría o incluso a todos”. Pero el jurado está convencido de que el semanario “no tenía intención de marginar ni de insultar a los musulmanes, sino más bien de rechazar con firmeza los esfuerzos de una pequeña minoría de extremistas radicales por restringir seriamente esa libertad”.
“Defendemos la libertad de expresión por encima de sus contenidos. No pensamos que estemos obligados a aprobar el contenido de las caricaturas del Charlie Hebdo [como requisito] para defender la importancia del recurso a la sátira o para aplaudir la valentía de la redacción”.
El problema es que si todo se reduce a una cuestión de coraje –esta parece ser, al final, la razón que hace al semanario merecedor del galardón–, la libertad de expresión tiene las de perder, pues siempre habrá temerarios para quienes matar al que insulta a su religión esté justificado.