La Navidad suele traer sus polémicas específicas. Estos debates se caracterizan por presentarse como relacionados con algún problema social profundo –los belenes y la secularidad de lo público; determinadas tradiciones navideñas y los prejuicios raciales– y por desaparecer tan silenciosamente como han aparecido… hasta el año siguiente.
Uno de ellos es el de los juguetes y los estereotipos sexistas. En un artículo para The Atlantic, Elizabeth Sweet explica, con un tono de queja, que los juguetes hoy en día están más orientados por sexo que hace 50 años. Han desaparecido mensajes políticamente incorrectos –como los que identificaban los gustos femeninos con las labores del hogar– pero se sigue promocionando una visión “sexista”.
Por otro lado, cada vez la publicidad se dirige más a los propios niños, y no tanto a sus padres; de ahí que escaseen los anuncios de tono práctico (del tipo: “su hijo/a aprenderá a…”) y se apele más a la fantasía como gancho comercial. Estas tendencias explican que se haya pasado de promocionar la “perfecta ama de casa” a “la pequeña princesa”. Sin embargo, según Sweet, el sexismo permanece.
De hecho, esta tendencia se habría fortalecido especialmente desde mediados de los años 80, después de que se apagaran los efectos de la segunda oleada feminista (años 70) que llenó las tiendas de juguetes sexualmente neutros. Además de una cierta reacción anti-feminista en la siguiente década, la autora considera que una de las causas que precipitó la “vuelta a los estereotipos” de la industria fue la proliferación de programas y canales infantiles que se produjo en ese mismo periodo al generalizarse la televisión por cable: los fabricantes de juguetes llenaron esos espacios de anuncios especialmente dirigidos a chicos o chicas.
Ante el argumento de que si las marcas diseñan juguetes para niños y para niñas es para responder a la demanda, algunos estudiosos han explicado que esa separación de la oferta se debió sobre todo a una estrategia comercial: al diferenciar los juguetes por sexo aumentarían las ventas, ya que sería más difícil compartirlos o heredarlos.
En el debate sobre si la oferta es un resultado natural de la demanda o si esta ha sido manipulada artificialmente no es fácil llegar a conclusiones comprobables (una posibilidad sería comparar las preferencias de niños y niñas, del mismo espectro sociocultural, más o menos expuestos a los supuestos juguetes estereotipados). Frecuentemente, además, las posiciones por ambos lados son bastante dogmáticas.
Quienes piensan que todo se explica por la diferencia innata entre los gustos de los niños y de las niñas muchas veces no tienen en cuenta lo que de cultural hay en esas preferencias. Por su parte, los que defienden la teoría de la manipulación frecuentemente no están dispuestos a aceptar que unos y otras puedan elegir libremente, y que el resultado de esas elecciones dibuje un cierto patrón por sexo como ocurre en muchos campos de la vida adulta.