Algunas décadas atrás, la ciudad californiana de San Francisco era vista como la meca del movimiento hippie y de la revolución gay, un sitio donde se integraba la gente “cool” y más o menos contestataria. Hoy no tanto. Cada mañana, jóvenes y bien remunerados ingenieros de la floreciente industria de la informática y las comunicaciones atraviesan la ciudad en unos autobuses blancos, pertenecientes a Google y dotados de todas las comodidades imaginables, de modo que en el trayecto hacia sus puestos de labor en Mountain View (a 60 kilómetros), puedan ir trabajando en sus proyectos. No hay un minuto que perder en un mundo tan competitivo.
Si por aquí va el progreso, no se entiende, a primera vista, por qué motivo grupos de personas con pancartas salen a cada rato a intentar bloquear el paso de los autobuses o incluso lanzarles piedras. Como tampoco que a varios de los jóvenes talentos, recién instalados en la ciudad, se les planten mítines frente a sus casas y se advierta a los vecinos de la “peligrosidad” del nuevo propietario.
¿Acaso los ingenieros informáticos pueden ser un peligro? La organización Counterforce, que lidera las protestas, asegura que sí.
A menor oferta, una demanda al alza
Gentrification es la palabra inglesa que define este temor concreto, y puede traducirse como “elitización” o “aburguesamiento”. En el caso de la urbe californiana y de otras más pequeñas del área, la relativa cercanía geográfica a las grandes empresas tecnológicas asentadas en Silicon Valley ha seducido a los talentos captados en todo el mundo para que busquen acomodarse en la ciudad, a la que, con sus altos ingresos, terminan por cambiar el perfil.
La organización Counterforce monta protestas frente a las casas de los ingenieros que trabajan en Silicon Valley y acosa a los autobuses que llevan a los empleados de Google a la sede de la compañía
Así, la afluencia de los “nuevos” provoca la consecuente subida del precio de los pisos en venta, de los alquileres, y una secuela de desalojos de inquilinos cuyos bolsillos no pueden competir con los de propietarios como, por ejemplo, el ingeniero Anthony Lewandosky, al que Google ha encargado desarrollar el primer automóvil sin conductor. Según Counterforce, el veinteañero ha adquirido en Berkeley, al otro lado de la bahía de San Francisco, una casa de cuatro habitaciones por un millón de dólares, y se dispone a levantar, muy cerca, un edificio de 77 apartamentos de lujo, con seguridad privada, cámaras de vigilancia, una flota de vehículos eléctricos en el garaje y cultivos en la azotea.
El problema, sin embargo, no es la construcción, sino justamente… ¡la escasa construcción! Las empresas tecnológicas están incidiendo en la reducción del paro en la zona; de hecho el año pasado se crearon 30.000 empleos en San Francisco, pero únicamente se edificaron 120 viviendas. Así, los que llegan a trabajar encuentran que la oferta es exigua, por lo que pujan por las casas a precios exorbitantes. Los propietarios –el 35% de los habitantes de la ciudad– han tomado nota de ello, de modo que, con argumentos ambientalistas y de “preservación del entorno”, disuaden a las autoridades de poner al día el parque de viviendas de la ciudad.
¿Cuáles son entonces las que se venden? Pues las alquiladas a antiguos y más modestos inquilinos. Ante la imposibilidad de estos de afrontar el pago de un alquiler que se dispara y que hoy hace de San Francisco la ciudad más cara de EE.UU. –más de 3.000 dólares mensuales por alquiler como promedio, casi el doble del salario mínimo–, algunos han ido de patitas a la calle. Según fuentes citadas por Le Monde, en 2013 se produjeron 1.716 desalojos, un aumento del 25% respecto al año precedente.
Es precisamente ese el tipo de eventos que provoca la ira popular, y el que nutre el arsenal de los anarquistas “anti-tech”.
Los empleados de las empresas de tecnología han hecho que suban mucho los alquileres en San Francisco, hasta una media superior a 3.000 dólares mensuales
Primero los búhos, después los ciudadanos
Los autobuses de Google van y vienen de los cuarteles de la empresa en Mountain View, donde también se han asentado LinkedIn, Mozilla, WhatsApp, AOL, Microsoft y otras más. La interrogante es: ¿acaso no sería mejor que los ingenieros y otros empleados de alta calificación “plantaran la tienda” allí, algo que no pocos habitantes de San Francisco les agradecerían?
Pues no, y el ayuntamiento de Mountain View es inflexible en este punto: “Hay que proteger la población local de búhos y lechuzas”; por tanto, es imposible dedicar la zona al desarrollo urbanístico más allá de lo ya edificado…
La justificación de las autoridades puede ser más o menos válida, pero definitivamente búhos y lechuzas no pagan alquiler, y los más humildes de San Francisco sí deben hacerlo. El problema, en todo caso, es de planificación, de disposición política y de quién hace lobby con más éxito, si bien se aprecia que la vuelta de los más preparados y exitosos al centro de las ciudades, de donde antes se marchaban hacia chalets apartados, se consolida como tendencia general, más allá de California.
En un extenso artículo sobre el “cambio de look” de San Francisco y sus problemas de vivienda, Kim Mai-Cutler, experta en tecnologías que ha trabajado para Bloomberg y The Wall Street Journal, apunta que, como hoy se accede más tarde al matrimonio y los empleos se han vuelto más temporales, los adultos jóvenes se están yendo a vivir al centro de las ciudades, en ocasiones a antiguos almacenes y fábricas abandonados en los 80 y reconvertidos en apartamentos con glamour.
En las urbes es más fácil tejer una red de contactos para encontrar nuevo empleo si se pierde el que se tenía. “En el presente –refiere la especialista–, los trabajadores más jóvenes de San Francisco buscan su seguridad laboral no en un solo empleador, sino en una extensa red de contactos que van de una compañía a otra. La densidad de las ciudades favorece que actúen según ese criterio”.
Militantes “anti-tech”… con videocámaras
Antes de concluir, volvamos a Counterforce, organización de tintes anarquistas que toma su nombre de la novela El arco iris de la gravedad, de Thomas Pynchon. ¿Qué hace esta “plataforma de resistencia” ante la llegada de los talentosos millonarios de la esfera tecnológica?
Por una parte, denunciar lo obvio: la mencionada pauperización de las condiciones de pensionistas y trabajadores sin alta cualificación, por el encarecimiento de las viviendas. El método preferido de los activistas de Counterforce es montar protestas frente a las mansiones de los ingenieros de Silicon Valley. En el caso de Lewandosky, han llegado a distribuir volantes en el barrio, en los que alertan a los vecinos de que el joven “está creando un mundo de vigilancia, control y conductas autómatas; y es vuestro vecino”.
A otro “chico estrella”, Kevin Rose, de Google Ventures, lo han cercado en plena calle, junto a su casa, y lo han acusado de parásito y de “destruir San Francisco”. A una observación de Rose, que hizo notar a quien lo filmaba que no podía escapar de la tecnología y de colgar en YouTube la protesta, el manifestante se encogió de hombros y se justificó con que el grupo no era homogéneo y cada uno escogía las armas de lucha que mejor le parecían.