A pesar del centralismo napoleónico de las Universidades francesas, no corregido seriamente por sucesivas reformas legales, creció en los últimos años una cierta tendencia a fragmentar el alma mater en función de intereses más bien locales. La experiencia no parece positiva, a tenor de la política actual que propugna la concentración, para fortalecer instituciones universitarias que estén en mejores condiciones para destacar en la competencia internacional.
La ley francesa de 22 de julio de 2013 sobre la enseñanza superior estableció el plazo de un año para que se reagrupasen las Universidades y las “Grandes écoles” (figura típicamente francesa que acoge centros de élite en diversas materias, también ciencias humanas y políticas, al lado y por encima de las Facultades clásicas). La mente del texto legislativo es la necesidad de reunir a los protagonistas de la enseñanza universitaria en una región –incluidos los centros privados–, para definir una estrategia común.
El objetivo es crear entre 25 y 30 mega-instituciones multidisciplinares capaces de sacar partido a su masa crítica, para obtener financiación y ser más visibles internacionalmente, como camino para avanzar en las actuales clasificaciones tipo Shangai. La creación de esos gigantes debería también conducir a una racionalización de la oferta de formación. Pero no faltan quienes denuncian la fantasía de ese ranking, por entender que la competencia internacional se juega en la reputación de las disciplinas. Las publicaciones o los premios Nobel valen más que toda reagrupación.
El posible cambio de enfoque está suscitando muchos temores y tensiones entre los universitarios franceses, tan proclives a las asambleas generales, al debate público, a la reiteración de peticiones a la autoridad pública. Los problemas son especialmente agudos en torno a París, donde se efectuó hace años una drástica división de universidades que está lejos de haber conseguido un amplio consenso.
En Francia el gobierno pretende que los centros universitarios en una región se agrupen para definir una estrategia común
Tres modos de hacerse más grande
El anhelo de “grandes universidades” se reitera en las últimas décadas por líderes de orientaciones políticas distintas y de nuevo lo plantea el presidente François Hollande.
En teoría, las actuales universidades tendrán una gran libertad de decisión en el camino hacia una unidad, que puede lograrse de tres modos principales: la simple y clásica fusión, la llamada “Comue” (estructura administrativa gestionada conjuntamente), o la asociación (cada universidad conserva su autonomía, pero se designa a un jefe de filas). Las comunidades académicas parecen decantarse por la “Comue”, sobre todo en París y allí donde no hay ninguna razón para que una universidad desempeñe un liderazgo.
Esas “Comue” centralizarían los servicios internacionales, especialmente los doctorados y los postgrados. Para animar a las universidades a moverse en esa dirección, el gobierno dispone de una palanca poderosa: el contrato de cinco años firmado entre Estado y “Comue” que incluye una descripción de acciones comunes y recursos disponibles, junto a los objetivos de cada centro universitario.
Pero son fuertes las voces contra la centralización que comportan estas decisiones. Afectan a profesores, pero mucho también a los estudiantes y a los empleados, que han crecido en cifras difíciles de racionalizar en tiempos de crisis. Como afirma Philippe Jamet, Presidente de la Conférence des Grandes Écoles, “no debemos confundir racionalizar y uniformizar”. Las reformas no deberían renunciar a “un activo de la educación superior: la diversidad. El problema es el modus operandi” (cfr. Le Monde, 8-5-2014).
Exceso de titulaciones en España
Cuestiones semejantes se plantean en España, donde en relativamente pocos años se ha producido un incremento excesivo de universidades. Hoy existen 82 (50 públicas), sin contar las no “presenciales”, con más de mil escuelas y facultades. La hipertrofia fue favorecida por la reforma de “Bolonia”, que disminuyó la duración de los estudios de licenciatura y disparó el número de titulaciones: más de 2.500 grados en el curso 2013-14, y más de 3.500 programas “máster”. De este modo las universidades ofrecen muchas veces los mismos estudios, y con frecuencia en centros situados a poca distancia.
Esa hipertrofia docente se combina con cierto déficit de investigación y calidad en el profesorado, en buena parte consecuencia de los procedimientos de selección de los docentes en los centros públicos, que han dado lugar a una deplorable endogamia. Desde esa perspectiva, no es fácil pugnar por una mayor excelencia universitaria.
Señala un antiguo rector de Madrid, Rafael Puyol, que “habría que ir a una fusión de centros y más adelante (¿por qué no?) de universidades; a una reducción y racionalización de la oferta educativa; a una mayor especialización; a una colaboración más intensa entre ellas; a unos sistemas de gobierno diferentes; y a cambios en los modelos de financiación” (ABC, 4-5-2014). Pero no serán fáciles las reformas mientras persistan los actuales niveles de politización y sindicalización en la enseñanza universitaria pública.