Reconstruir un museo sobre las ruinas de la civilización. Preguntar a los hallazgos arqueológicos la identidad de una cultura que se desvanece. Trazar un itinerario que interpele a los cinco sentidos del visitante, de modo que se vea inmerso en un debate necesario. El proyecto “Occidens” asume importantes retos para redescubrir la esencia de Occidente. La crisis actual marca un cambio de época sembrado de interrogantes dolorosos; entre ellos, una cuestión clave: ¿cabe encontrar en nuestro pasado cimientos sólidos sobre los que construir el futuro?
El conjunto catedralicio de Pamplona es el ejemplo más completo de España: mientras en el resto se han derribado algunas partes o bien la expansión edificada se paralizó en el siglo XVI, éste siguió creciendo hasta el siglo XIX (con incorporaciones notables como la fachada neoclásica de Ventura Rodríguez). Durante siglos, parte de esta riqueza ha permanecido oculta. Con una nueva actuación en el patrimonio histórico, comienza el proyecto Occidens: un desafío que pretende sacar a la luz, también, la esencia de la civilización occidental.
Aventura en la catedral
Lograr que un visitante se convierta en arqueólogo de su conciencia y su cultura es, quizás, uno de los logros más significativos de este proyecto que ha revolucionado los tópicos museísticos. La catedral, últimamente convertida en escenario de novelas disparatadas, cobra su auténtico significado y hace del espectador el verdadero protagonista de la Historia.
El visitante se ve inmerso en un debate denso pero asequible, inspirado en el libro Qué es Occidente, de Philippe Nemo: “La civilización occidental –subraya el autor– puede definirse en primera instancia mediante el Estado de derecho, la democracia, las libertades intelectuales, la racionalidad crítica, la ciencia y una economía de libertad basada en la propiedad privada. Pues bien, nada de esto es ‘natural’. Estos valores e instituciones son fruto de una larga construcción histórica”. Esa construcción se hace obvia en un espacio repleto de riqueza artística y de descubrimientos.
En el devenir histórico, se plantea una morfogénesis de Occidente en torno a cinco acontecimientos fundamentales. En el primer espacio, una calzada prerromana, restos visigóticos y un gran edificio medieval hablan del encuentro entre la tradición grecolatina y la tradición judeocristiana, así como de la disyuntiva entre elegir el paganismo o la fe (que originó martirios como el de San Fermín).
El esqueleto sietemesino
Entre los últimos hallazgos arqueológicos, un foco ilumina el enterramiento de un niño sietemesino, del siglo II a.C. El visitante vive un embate de realidad: en las raíces de nuestra cultura la relación con la vida era sagrada y se daba sepultura solemne a un ser humano de muerte tan prematura. En aquellos días, los griegos ya habían inventado la polis, una ley que garantizase la libertad, la ciencia y la escuela. Y Roma había legado a sus sucesores el derecho, la propiedad privada, la «persona» y el humanismo.
Otro espacio plantea el tránsito de la Antigüedad a la Cristiandad Medieval. Un palacio episcopal, una capilla Románica, el Pórtico Bajo y el palacio Arcediano son testigos de la reforma gregoriana, el románico y el gótico. Se hace patente el papel insustituible de los monjes y la fecundidad de la revolución papal, gracias a los que se realizó la primera síntesis de los fundamentos de Occidente: Atenas, Roma, Jerusalén y el Espíritu Germano. Precisamente, en esta nueva civilización, ligada al románico y al gótico, nace el símbolo de Occidente: la Catedral; y con ella, brillan las aportaciones del cristianismo al progreso de la humanidad (la caridad como superación de la justicia y el tensionamiento escatológico de un tiempo concebido linealmente).
Un alto en el camino sorprende al visitante: la piedra templada de la capilla, las líneas geométricas con las que el románico abrazaba el cielo, la talla de una Virgen serena, un incienso que penetra el cuerpo mientras el canto gregoriano inunda el alma… Todo contribuye a recrear el momento histórico con precisión. Pero algo aporta el plus definitivo: la música no es una grabación discográfica de una polifonía más o menos de moda. Son voces reales, de monjes concretos. Se les ha grabado no como si cantasen sino cuando cantan (adorando, pidiendo, dando gracias). Occidente se plantea como una cultura que sigue latiendo no sólo en los muros de una catedral sino también en los corazones de muchos que han recogido el testigo de los siglos.
Exposición “post-emocional”
Otro espacio de Occidens está dedicado a la Edad Moderna. El siglo XVI significa cambio de época marcado por el avance hacia la libertad de las conciencias, la democracia, y la economía de libre mercado. Al tiempo que nacen los derechos humanos, España descubre de América y comienza la construcción de los estados modernos. Un momento histórico decisivo dibuja otro interrogante vital para la cultura occidental: la reforma sistemática del concilio de Trento plantea la elección entre la unidad y fidelidad a una tradición o las escisiones protestantes.
Llega el momento descrito por Eugenio Trías en el diálogo El cansancio de Occidente: “La cultura moderna, específicamente europea, es en cierto modo un experimento audaz y temerario de destrucción sistemática de raíces (étnicas, culturales, religiosas, convivenciales…)”. La edad contemporánea, en feroz lucha contra toda tradición heredada, siembra el mundo de revoluciones, sobre cuyas ruinas nacerán las ideologías del siglo XX.
Los lenguajes narrativos de Occidens recorren este itinerario cultural multisensorialmente. En una “sociedad post-emocional” (como acierta a definirla Stjepan Meštrović) sólo combinando argumentación y sensación puede producirse una experiencia que marque al espectador, habituado incluso a “consumir” museos. Con multitud de signos, gestos, imágenes, objetos, sonidos, textos, proyecciones, códigos y olores, el visitante conforma su propia exposición.
Una alfombra de acero confiere unidad al despliegue multimedia, aglutinando el sentido de los distintos espacios y momentos históricos. La pasarela hace de cicerone de la exposición, de paso que aproxima las huellas históricas sin dañarlas.
Occidens es una exposición permanente, que se convierte en el nuevo museo de la catedral. Una de sus facetas originales es que va evolucionando con el tiempo. Como hay excavaciones arqueológicas en curso, se van encontrando nuevos elementos; conforme avancen los meses, se irán abriendo nuevas salas; además en el refectorio empezará a haber exposiciones temporales con otros artistas.
¿Una civilización rosa?
Aunque se plantea como una exposición en permanente cambio, Occidens termina su primera edición con una provocación. Una casa rosa a escala real sumerge al visitante en el mundo maravilloso de la muñeca Barbie. Por las ventanas se ven los muros centenarios de la catedral y los últimos descubrimientos arqueológicos. El choque estético apunta directamente a las raíces: ¿Cómo queremos construir nuestro futuro? ¿Existen valores en nuestra cultura que puedan resistir el embate relativista? En la atmósfera, junto con un penetrante olor a chicle, flotan aquellas palabras incisivas de Benedicto XVI en Ratisbona: “Occidente, desde hace mucho, está amenazado por esta aversión a los interrogantes fundamentales de su razón, y así sólo puede sufrir una gran pérdida”.
Hace años ya que Rafael Argullol vaticinó en El cansancio de Occidente: “Es posible que en los últimos tiempos vuelva a cobrar relevancia, aunque sea a modo de gran metáfora, el antagonismo entre «civilización» y «barbarie». Occidente vuelve a temer con particular aprensión, el asedio de los «bárbaros» […] El poder caotizante de los «nuevos bárbaros» es identificado con la miseria económica, con las diferencias cultural-religiosas y con las fuerzas titánicas e invertebradas que conllevarían las migraciones masivas. Esta será seguramente, en los próximos años, la confrontación más virulenta y la que empujará a la civilización occidental a tomar una decisión sobre su propio destino».
La Iglesia propone una Nueva Evangelización que pide redescubrir los fundamentos culturales de nuestro mundo. Esta exposición demuestra que es posible entablar un diálogo fértil con un lenguaje rabiosamente actual.