La huella de un mensajero de la paz

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Beirut. El Líbano se vistió de fiesta durante los tres días que duró la estancia de Benedicto XVI. La ruta principal que va de norte a sur se vio adornada de banderas del Vaticano y del Líbano. Parecía como si cada municipio compitiera con su vecino por hacer frases más originales y fotografías gigantes con la imagen del Papa. Algunos de los carteles estaban en francés, otros en árabe, en inglés y hasta en alemán e italiano.

Otros quisieron demostrarle personalmente su afecto y colgaron enormes carteles en los puentes. Por supuesto, la fiesta fue nacional y como buena muestra de convivencia interreligiosa los barrios musulmanes también adornaron sus calles con pancartas y fotos del Papa. No dejaron de manifestarle su afecto y la alegría de su presencia y se lo hicieron saber. El mismo líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah, declaró esta visita como extraordinaria e histórica y pudieron verse carteles de bienvenida promovidos por su partido.

Buena acogida de cristianos y de musulmanes

Unos días antes de su llegada se repartieron en todas las parroquias y asociaciones católicas, imágenes del Santo Padre con una oración en el dorso. Allí se podía leer una clara intención de seguir el mensaje que el Santo Padre dejara a los cristianos de Medio Oriente, pidiendo a Dios y a la Virgen por la paz, e instando a los fieles a ser valientes testigos de su fe. Estas palabras cobran especial relevancia para aquellos que viven seriamente en riesgo a causa de ella.

A pesar de los disturbios en la región, el viaje al país de los cedros salió muy bien y sin sobresaltos. Como declaró Lombardi, vocero del Vaticano, “el balance de este viaje es sumamente positivo”. Mientras que Nasrallah agradecía a Dios que “en esos tres últimos días, un nuevo testimonio de la convivencia entre cristianos y musulmanes y de respeto mutuo entre los dos ha venido al Líbano, eso es lo que hemos visto a través de la visita del Papa Benedicto XVI”.

Como no utilizó un helicóptero para los traslados, las rutas fueron bloqueadas a su paso por un importante despliegue del ejército nacional. Esto no impidió que miles de personas salieran de sus casas para verlo pasar aunque fueran unos segundos. El país vivió unas jornadas de fiesta que a muchos recordó a las que vivieron 15 años atrás con Juan Pablo II.

Si de algo están seguros los libaneses, y muy orgullosos por ello, es de ser un país que se caracteriza por ser acogedor. Y con tan ilustre huésped como Benedicto VXI, la bienvenida y cada detalle durante su estancia fueron sumamente cuidados. Igualmente fue extremada la seguridad, no solo el despliegue militar, sino también la seguridad privada. No hay que olvidar que en muchos de los actos estaban presentes líderes de distintas facciones políticas y el mismo Michel Sleiman, presidente de la nación.

Sus discursos y alocuciones mostraban la profunda admiración y alegría por la convivencia e intercambio religioso que existe en el país. Cabe destacar que en la historia de este pequeño país ha habido tanto guerras de religión como períodos de paz y entendimiento. Hoy en día el Líbano es un tejido interreligioso y un ejemplo de convivencia y diálogo para todos los países de Oriente Medio.

Un llamado a la paz

Durante a ceremonia en la que el Santo Padre firmó la Exhortación Apostólica Ecclesia in Medio Oriente, el viernes 14 en la Basílica de San Pablo (greco-melkita), estuvieron presentes los patriarcas católicos y ortodoxos, y los jefes de las comunidades musulmanas. Benedicto XVI los invitó a “celebrar (ahora) la victoria del amor sobre el odio, del perdón sobre la venganza, del servicio sobre el dominio, de la humildad sobre el orgullo, de la unidad sobre la división”. Terminó con un llamado a la libertad religiosa y dando su bendición en árabe.

El sábado 15 por la mañana se dirigió al Palacio Presidencial en la zona residencial de Baabda. Miles de personas se congregaron para verlo pasar en el papamóvil y poder saludarlo. Luego de plantar un cedro, símbolo nacional, se reunió con los dirigentes del país. Siempre con la claridad que lo caracteriza hizo un fuerte llamado a la paz, fundamentado en el respeto por la integridad de la persona y la reconciliación.

Tomando en cuenta que el país ha terminado una guerra en el año 1991 que ha dejado fuertes huellas de rencor y sectarismo político-religioso, el Santo Padre exhortó a los presentes a “decir no a la venganza, hay que reconocer las propias culpas, aceptar las disculpas sin exigirlas y, en fin, perdonar.”

Una JMJ en pequeño

Más de 25 000 jóvenes se congregaron en la sede del patriarcado maronita en Bkerke el sábado 15. Desde muy temprano se pudo ver desfilar una gran cantidad de autobuses repletos. Del funcionamiento y el orden se ocuparon los scouts que animaron también el ambiente con su alegría. Los cantos y los gritos de Baba Mubarak nehna mnhebak (Papa Benedicto nosotros te queremos), hicieron que la espera se hiciera menos costosa.

Unos minutos antes de su llegada, apareció por sorpresa el Presidente libanés y se sentó cerca del escenario pero con el público, en una silla de plástico. Él tampoco se quería perder un rato más junto al Santo Padre.

Randa, una joven musulmana chiíta, manifestó su agradecimiento por haber podido ir y dijo que ahora al Papa “lo traemos en nuestro corazón”. Es claro que “el Baba” (en árabe) representa un gran atractivo para todos los jóvenes y es un fuerte líder por la paz. El Santo Padre se dirigió también a todos los jóvenes musulmanes que asistieron ese día, y les dijo que “es necesario que todo Medio Oriente, viéndolos a ustedes, comprenda que los musulmanes y los cristianos, el Islam y el Cristianismo, pueden vivir juntos, sin odio en el respeto por las creencias de cada uno para construir juntos una sociedad libre y humana.”

Los jóvenes aplaudieron repetidas veces las palabras del Papa. Hubo bailes de bienvenida y varios regalos simbólicos, como un cedro, un ícono de la Virgen, un mosaico con la figura del Santo Padre y otros más. Todos ellos llevados por jóvenes provenientes de distintas comunidades cristianas y representantes de sus países, Jordania, Egipto, Siria, Palestina e Irak.

Benedicto XVI los invitó a no dejarse llevar por las influencias del consumismo y a no abandonar la región por algún otro país de Occidente. Los llamó a dar testimonio de cristianismo en sus países y participar de manera activa en su reconstrucción. Tampoco dejó de mencionar al pueblo sirio y les dijo que siempre reza por ellos y no los olvida.

Una fiesta para todos

El domingo 16 por la mañana Beirut se vio invadido de autobuses que venían de todos los barrios desde las 5 am para asistir a la Misa que tendría lugar con el Santo Padre. 350 000 personas se congregaron en la explanada (Water Front) de la bahía de la capital libanesa. Allí podía verse una multitud que levantaba sus banderas para saludar al Papa, entre ellas, varias de los países vecinos.

Bajo un sol de verano y protegiéndose con gorras y banderas, la gente esperó pacientemente a que llegara el Santo Padre. Sorprendió a todos su adelanto a la Misa (prevista para las 10 am) paseándose con el papamóvil y bendiciendo a los niños que le acercaban. Volvió a repetirse el ambiente de alegría que manifestaron los jóvenes el día anterior.

El Evangelio de la Misa hablaba de la verdadera identidad de Jesús, y el Papa en su homilía subrayó que Jesús se presenta como “un Mesías sufriente, un Mesías servidor, no un libertador político todopoderoso. Él es siervo obediente a la voluntad de su Padre hasta entregar su vida”. “ Decidirse a seguir a Jesús, es tomar su Cruz para acompañarle en su camino, un camino arduo, que no es el del poder o el de la gloria terrena, sino el que lleva necesariamente a la renuncia de sí mismo, a perder su vida por Cristo y el Evangelio, para ganarla”.

Hassan, un joven musulmán que fue con un amigo, estaba muy emocionado por lo que había vivido y por el mensaje de paz del Papa. Los testimonios se cuentan por miles entre toda la gente que pudo asistir, aunque muchos tuvieron que quedarse en el suelo por falta de lugares, todo valía la pena por estar con el Baba.

Terminó implorando al Señor “que conceda a esta región de Oriente Medio servidores de la paz y la reconciliación, para que todos puedan vivir pacíficamente y con dignidad”.

Refiriéndose a los conflictos en Medio Oriente, dijo en otro momento que “quien quiere construir la paz debe dejar de ver en el otro un mal que debe eliminar. No es fácil ver en el otro una persona que se debe respetar y amar, y sin embargo es necesario, si se quiere construir la paz, si se quiere la fraternidad”.

Por la tarde tuvo un encuentro ecuménico con los representantes de la Iglesias Ortodoxas y Protestantes. Allí habló de la importancia de trabajar juntos y de dar ejemplo de unidad entre los cristianos.

Ya por la tarde se dirigió al aeropuerto donde aguardaban los representantes religiosos y políticos para despedirlo. En sus últimas palabras al pueblo libanés agradeció especialmente la manera en la que ha sido acogido y dijo que “me ha despertado el deseo de volver.”

El Papa se fue pero dejó su legado. Ahora queda a los libaneses trabajar sobre las conclusiones de Ecclesia in Medio Oriente para lanzarse al desafío de la paz y la unidad entre los cristianos y el testimonio de la fe.

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