En mayo de 2013 se publicará la quinta edición del Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM), que elabora la Asociación Americana de Psiquiatría (APA). Desde la tercera edición (1980), el DSM es la obra de referencia más usada por los psiquiatras de todo el mundo para determinar si una conducta es morbosa o no y , en su caso, qué posibles tratamientos tiene.
La preparación del próximo DSM-5 ha provocado bastante polémica (ver artículos relacionados). El Dr. Allen Frances, uno de los psiquiatras norteamericanos más famosos, ha concluido, dice en el New York Times, que muchas críticas al DSM-5 están justificadas y que la APA ya no debería tener el “monopolio” de la definición diagnóstica. Su opinión es particularmente significativa, pues él fue uno de los redactores de las dos ediciones anteriores del DSM.
Frances señala que el DSM-3 supuso un claro avance. Las ediciones anteriores tuvieron poca relevancia: estaban muy influidas por el psicoanálisis y entre los psiquiatras reinaba el desacuerdo sobre los diagnósticos. Por primera vez, el DSM-3 propuso criterios diagnósticos específicos para cada trastorno, y sus definiciones, al ser comúnmente aceptadas, facilitaron la investigación.
Pero el DSM ha acabado siendo víctima de su propio éxito, que lo ha llevado al sobrediagnóstico. En el último congreso anual, la APA descartó del borrador de DSM-5 “una propuesta que habría recomendado medicamentos antipsicóticos innecesarios y peligrosos para niños sin psicosis, y otra que habría convertido en un supuesto trastorno psíquico los agobios y penas de la vida”. Pero quedan en pie otras que “extenderían el alcance de la psiquiatría hasta definir como enfermos psíquicos decenas de millones de personas hoy consideradas normales”.
Esta tendencia al sobrediagnóstico y, por tanto, a la sobremedicación no se debe a que la APA sea cómplice de los laboratorios farmacéuticos. “Los errores son más bien consecuencia de un conflicto intelectual de intereses: los expertos siempre sobrevaloran el ámbito de su especialidad y quieren extenderlo”.
“En psiquiatría, un nuevo diagnóstico puede ser mucho más peligroso que un nuevo fármaco”. Hace falta un organismo de control, como lo hay para los medicamentos. Frances concluye que la APA ya no puede cumplir ese cometido por sí sola. En la elaboración de los futuros DSM deberían intervenir también representantes de los demás profesionales de la salud mental –psicólogos, consultores, asistentes sociales, enfermeras– y de otros ámbitos implicados –medicina de familia y forense, epidemiología, economía y política sanitaria–, bajo la autoridad de una agencia pública nacional o de la Organización Mundial de la Salud.