Poesía y salvación

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Milosz piensa en “los callejones sin salida a los que nos ha conducido la razón”

El 30 de junio se cumplieron los cien años del nacimiento de Czeslaw Milosz, Premio Nobel de Literatura en 1980, considerado el mayor poeta polaco y universal del siglo XX. Además de poeta fue un curioso observador de los trágicos tiempos que le tocó vivir.

En la Europa del Este las fronteras han sido durante siglos trágicamente fluidas y Polonia es el mejor ejemplo. Milosz nació en Lituania, aún en tiempo de los zares. En esa época las relaciones entre las naciones polaca y lituana fueron de una relativa concordia. Pero la independencia de Lituania después de la primera guerra mundial, en 1918, creó fronteras no históricas, y todo se complicaría aún más después de 1945, cuando los dos países cayeron bajo el poder soviético.

Milosz, en su juventud, trabajó activamente en contra de los perseguidos por el régimen nazi. Terminada la guerra, en la Polonia comunista, estuvo hasta 1951 en el servicio diplomático. En ese año se exilió a Francia, desengañado y asqueado –como dejó constancia– al haber visto desde dentro las entrañas del régimen. En 1960 emigró a los Estados Unidos, donde residió hasta su muerte.

Milosz estaba por la espiritualidad, como resistencia “contra el mundo unidimensional”

Desconocido

Milosz queda lejano para otras culturas. No sólo porque es, esencialmente, poeta, y la traducción, si no traiciona (traduttore, traditore) sí distorsiona e impide ver la conjunción de fondo y forma. Existe en castellano una buena antología de la poesía de Milosz, Tierra inalcanzable, publicada este año por Galaxia Gutenberg. Fue autor de una narrativa autobiográfica (El Valle del Issa), y de algunos breves libros de ensayo, como El pensamiento cautivo (sobre cómo el marxismo logró dominar las mentes) y Otra Europa. En 1997, a los 86 años de edad, escribe Abecedario. Diccionario de una vida, un libro que es clave para entender a uno de los mayores literatos del siglo. (Primera edición en inglés en 2001; edición en castellano, en Turner, 2003).

Antimoderno

Yendo a asuntos de fondo, como el del enfrentamiento con la Modernidad en nombre, no de la postmodernidad, sino de lo que Antoine Compagnon llama “los antimodernos” (como verdaderos modernos), Milosz puede ser situado entre ellos. Piensa en “los callejones sin salida a los que nos ha conducido la razón”. Refiriéndose al relato bíblico de Adán y Eva, escribe que su mayor virtud es “que resulta incomprensible y quizá sea por eso por lo que nos convence con mayor fuerza que cualquier explicación racional”.

Es antimoderno también en la importancia que concede al pecado original, que en Milosz se une a una especie de creencia que se acerca a la “resurrección de la carne”: “Según nuestra convicción más profunda, la que toca a la esencia de nuestro ser, deberíamos vivir eternamente. La muerte y la fugacidad de la vida atentan contra nuestro ser. Sólo el paraíso es verdadero; el mundo, con su temporalidad, no lo es. Por eso la historia sobre la caída en el pecado nos emociona tanto: es como si evocara alguna vieja verdad que se encontrase dormida en nuestra memoria”.

Esta “antimodernidad” lo demuestra también en sus autores preferidos: Baudelaire, Balzac, Dostoievski, Schopenhauer…

Localista

Obligado por las circunstancias a ir de un sitio para otro, recorriendo varios países de Europa y después América, Milosz se sentía cada vez más ligado a su infancia, porque “aunque no dejamos de construir mitologías a lo largo de nuestra vida, las que acuñamos en sus fases más tempranas perduran con mayor fuerza”. No extraña que la mayoría de las entradas del diccionario se refieran a personas –escritores, músicos, artistas, periodistas– que Milosz conoció en su juventud y que son prácticamente, salvo excepciones, desconocidos fuera de Lituania-Polonia. Milosz les dedica casi siempre un sentido homenaje, si se tiene en cuenta que muchos murieron en campos de concentración nazis y otros muchos en el gulag.

Abecedario no es un libro de pensamiento, pero las teorías y prácticas políticas de gran parte del siglo –el nazismo desde 1931 a 1945 y el comunismo soviético desde 1917 a 1989– salen a relucir a través de anécdotas trágicas, como la del acoso gratuito por parte de un grupo de militantes comunistas a un hombre desvalido que, sin saber cómo huir, se pegó un tiro en la boca. “La brutalidad y la vulgaridad salieron a la superficie con la revolución y se convirtieron en atributos de la vida soviética”.

Muy en contra de la proclamada influencia del marxismo soviético en el mundo (salvo en intelectuales), Milosz analiza el fenómeno de manera más inmediata: “Vistas con perspectiva, las causas de la derrota soviética se encuentran ante todo en la cultura. Rusia, que se gastaba cantidades astronómicas de dinero en propaganda, no pudo convencer de su modelo ni siquiera a los países a los que sometía a su poder en Europa, que recibían sus esfuerzos con mofa, como los intentos de unos bárbaros por parecer civilizados”.

Religiosidad

Milosz ha sido presentado a veces como agnóstico. No es así. Como a lo largo del siglo XX en muchos países, y de modo singular quizá en los popularmente católicos, no pocos intelectuales y artistas se apartaron de la práctica religiosa y a veces se adhirieron a ideologías (nazismo, marxismo) en las antípodas del cristianismo. No fue nunca ese el caso de Milosz.

Como observador, opina que “el factor más específico de Polonia es probablemente la religión católica. Al mismo tiempo, Polonia es un país incomprensible para mí: los polacos adoran al Papa, pero muchos de ellos también actúan como si no existiera la religión católica. Creo sin embargo que es exactamente su pensamiento religioso uno de los aspectos más valiosos de Polonia”. (Opinión que mutatis mutandis podría aplicarse a España, Italia, Irlanda, Portugal, Bélgica, Austria, Lituania…)

De modo global, personalmente, Milosz estaba por la espiritualidad, como resistencia “contra el mundo unidimensional”. Hizo suya una comparación que leyó en alguna parte: “somos como unos hombrecitos dibujados en un papel de dos dimensiones a los que resulta difícil de explicar algo que sucede un centímetro por encima del papel, en la tercera dimensión, y mucho menos lo que ocurre en otras dimensiones”. Rechazando cualquier sincretismo sus preferencias son por el cristianismo y por el budismo, entendido este último como una filosofía que se basa en la compasión y de ahí, para él, su sintonía con la lógica del Evangelio.

En el funeral católico que se celebró en su muerte, en agosto de 2004, el cardenal Macharski leyó un fragmento de la correspondencia cruzada entre Milosz y Juan Pablo II. El Papa escribía: “Me asegura usted que su mayor preocupación es no ignorar la ortodoxia católica en su creación. Esa actitud hace que yo pueda decirle que tenemos el mismo objetivo». En Abecedario había escrito: “La decencia exige que, por haberme salvado de pruebas que estaban por encima de mis fuerzas, crea en Dios. En agradecimiento”.

Poesía encarnada

Probablemente un hombre que fue, antes que nada, poeta, no desearía ser recordado por otra cosa. Pero Milosz fue un poeta “encarnado” en la vida diaria, con sus dificultades, errores, vicios, cobardías, que él mismo confiesa en este diccionario de su vida.

Tiene una idea muy clara de la diferencia entre la fama, la oficialidad y la realidad de la vida de millones de personas que viven y mueren en el anonimato: “Tengo otros intereses además de los literarios. Mi tiempo, el siglo XX, me presiona con una multitud de voces y rostros humanos que vivían en mi tiempo o que conocí, o sobre los que pude oír su historia, pero todos ellos no están ahora. A veces se hicieron famosos por algo, aparecen en las enciclopedias, sin embargo son más los olvidados que sólo pueden servirse de mí, del latido de mi sangre, de la mano que sostiene la pluma, para volver, por un momento, al mundo de los vivos”.

Se entiende ahora bien lo que escribió en el poema Dedicatoria:

“¿Qué clase de poesía es aquella que no salva

naciones o pueblos?

Una conspiración de mentiras oficiales.

Una tonadilla de borrachos cuyas gargantas serán cortadas de inmediato,

Una conferencia para señoritas.

He deseado la buena poesía sin saberlo,

He descubierto, ya tarde, su saludable objetivo.

En ella y sólo en ella, encuentro salvación”.

Y junto a eso, la nostalgia del origen divino del hombre, como dice en una estrofa de una de sus últimas composiciones, con más de noventa años:

“Hemos olvidado que todos somos

hijos de un rey, porque venimos de donde aún

no había división entre el sí y el no,

entre el es, el será o el ha sido”.

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