La Habana. Rusia está de vuelta en Cuba. No es ya la Unión Soviética, principal aliado de la Isla durante los primeros 30 años del proceso socioeconómico que se inició tras el fin de la dictadura de Fulgencio Batista en 1959. Es la Rusia capitalista, la que ha aprendido las reglas del mercado. Y viene “en serio y con proyección de futuro”, según un texto de su embajador en La Habana, Mijaíl Kamynin.
La Habana aprende a relacionarse con la Rusia postcomunista, mediante acuerdos con intereses económicos
En tiempos de la Guerra fría
La relación entre ambos países, restablecida en 1960, fue en la época soviética lo más similar a un romance, cuya parte más visible era el aspecto económico: unos 13 millones de toneladas de petróleo del gigante euroasiático llegaban a los puertos cubanos a precios “resbalantes” –subían o bajaban según se comportara en el mercado mundial el precio del azúcar, entonces principal rubro de exportación cubano–, y una gama tan variada de productos que iba desde la mayoría del armamento pesado y ligero, hasta los autos, los tractores, los aviones, las compotas, la carne enlatada, los filmes sobre la Segunda Guerra Mundial y los dibujos animados. Incluso una máquina limpiadora de nieve, inútil en el trópico, llegó de aquellos remotos lugares gracias a un inepto funcionario, según cuenta el anecdotario sobre aquellos años.
Asimismo, además de la presencia en Cuba de un contingente de efectivos de Moscú –en previsión de un ataque directo de EE.UU. tras el fallido episodio militar de Playa Girón, en 1961–, los asesores civiles soviéticos copaban muchísimos campos: la energía, la minería, la medicina, el transporte ferroviario, y hasta la energía atómica –una central nuclear comenzó a construirse en la década del 80, y se desechó tras la desintegración de la URSS–, mientras que numerosos cuadros profesionales cubanos se formaron durante tres décadas en varios de los países del este europeo, pero principalmente en la Unión Soviética.
Un detalle curioso: las relaciones humanas fraguaron en muchos casos en el nivel afectivo, y centenares de ciudadanas soviéticas vinieron a establecerse en la Isla caribeña tras contraer matrimonio con estudiantes cubanos que habían ido a formarse allí. Según el volumen Los rusos en Cuba, de Alexander Moiséev, unas 1 300 mujeres procedentes de ex repúblicas que componían la URSS viven actualmente en la Isla.
De capa caída
Durante el mandato del presidente Borís Yeltsin, las relaciones entre Moscú y La Habana se enfriaron. Tras llegar al Kremlin, el primer presidente de la Federación Rusa dejó en letra muerta los convenios económicos, comerciales y financieros con Cuba, y retiró la brigada militar de su país destacada en la Isla.
Para Cuba, la desintegración de la Unión Soviética y la caída abrupta del intercambio económico-comercial con Moscú, significó la pérdida de su principal proveedor y la entrada en el denominado “período especial”, años de difícil supervivencia para los 11 millones de cubanos, pues desaparecidos los otrora generosos suministros de combustible, los cortes de luz se extendieron a veces hasta las 16 horas diarias, mientras el transporte se paralizaba y los alimentos se hacían cada vez más escasos.
En este contexto, Moscú reclamó además a La Habana el pago de deudas millonarias como condición para, en algún momento, volver a abrir las líneas de crédito; pero esta se defendió argumentando que la desaparición de la Unión Soviética había dejado en el aire cientos de contratos, lo que había causado grave daño a la economía de la Isla, por lo que ambos países estaban “a mano”.
Para aumentar la distancia entre los otrora fuertes aliados, en 2001 –ya pasado lo peor de la crisis económica cubana–, el sucesor de Yeltsin, Vladímir Putin, decidió, sin consultar con el gobierno cubano, cerrar la base de escucha radioelectrónica de Lourdes (ubicada al sur de La Habana), establecida en 1964.
La relación se recompone
Paradójicamente, la rectificación de la indiferencia rusa hacia Cuba, proceso que se ha constatado en los últimos años, ha sido causada, en alguna medida, por sucesos que tuvieron lugar en suelo europeo, a saber, la inclusión de cada vez más ex aliados de la URSS en el seno la OTAN y la insistencia de Bush en su proyecto de escudo antimisiles con base en Polonia y la República Checa.
Rusia, que experimentó una recuperación económica en los años de Putin –y de paso un impulso al orgullo nacional–, comenzó a sondear a antiguos y nuevos amigos en América Latina, toda vez que sentía en sus propias puertas la influencia de la superpotencia de esta orilla del Atlántico.
Precisamente en la nueva dinámica, el presidente Dmitri Medvédev llegó a La Habana en noviembre de 2008, tras haber estado en Brasil y Venezuela. El presidente cubano, Raúl Castro, le devolvió la visita en enero de 2009, ocasión en la que se firmó en Moscú un Memorando de Cooperación Estratégica entre ambas naciones, y varios acuerdos. Ya previamente el viceprimer ministro ruso Ígor Sechin había viajado a la capital cubana, acompañado de numerosas personalidades del mundo empresarial.
Por otra parte, en el ámbito militar, han volado a la Isla en los últimos tiempos el secretario del Consejo de Seguridad de Rusia, general Nikolái Pátrushev, y el jefe del Estado Mayor de la Defensa Aérea del Ejército de Tierra, general Alexandr Máslov, mientras que los buques de la Armada rusa vuelven a efectuar sus visitas al puerto habanero con mayor frecuencia.
La dedicación a Rusia de la Feria del Libro de La Habana, en su edición de 2009, y la inauguración, meses antes, del primer templo ortodoxo ruso en la región del Caribe, cuyos gastos de construcción fueron asumidos casi totalmente por Cuba –la Sacra Catedral de Nuestra Señora de Kazán, inaugurada por el entonces Metropolita de Smolensk, Kiril, en presencia de Raúl Castro, y visitada días después por Medvédev–, son otros detalles de cómo se va recomponiendo una relación.
Intereses económicos
En lo económico, hay proyectos rubricados en el sector energético (la empresa cubana Cupet y la rusa Zarubezhneft han firmado contratos para la prospección y explotación petrolífera en tierra y en áreas marinas), la minería (en particular el níquel, del que Cuba posee grandes yacimientos en la zona oriental), el transporte, el turismo, la biotecnología, la informática y las comunicaciones, etcétera.
Y Rusia, desde luego, aprecia las ventajas de Cuba y lo califica de “país clave” en su área geográfica, según ha apuntado el canciller Serguéi Lavrov. La tecnología del país euroasiático, por ejemplo, es conocida por los técnicos cubanos, que solo tendrían que recalificarse en su empleo. La estrecha relación de la Isla con otros países con los que se identifica en lo ideológico, y que ven en esta una especie de autoridad de referencia –como Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua– puede ser un puente para el acercamiento de Moscú a la región, algo que ya está haciendo China con bastante avidez.
Así pues, el oso está de vuelta en el Caribe. Y el verde caimán se felicita de que no venga con el morral vacío.