En una época en la que los valores en alza son la autonomía personal, el pluralismo o la autenticidad, vale la pena dedicar unos minutos a pensar qué virtudes pueden atraer más a los jóvenes de hoy. El pensamiento crítico, la valentía para defender las propias convicciones y la empatía orientada a ayudar a los demás son tres entre otras que cabe enumerar.
Frente a los cansinos reportajes que se dedican a lamentar el insaciable narcisismo de la “Generación Yo” (los nacidos después de 1982), su adicción a las pantallas o su necesidad permanente de estar conectados con otros, es posible dar la vuelta a la tortilla e intentar sacar virtudes de sus puntos débiles.
El ideal de autenticidad, por ejemplo, puede ser un revulsivo para favorecer el pensamiento crítico o la valentía para manifestar lo que uno piensa al margen de la corrección política; el boom de las relaciones virtuales puede llevarse al terreno de la vida real para fomentar la preocupación por los demás, etc.
Pensar por libre
Los padres quieren que sus hijos se porten bien, pero ¿qué significa eso exactamente? Los niños y los adolescentes pueden salir airosos cuando se plantea un conflicto entre decisiones del tipo “haz el bien” y “evita el mal”. Quien más, quien menos intuye que eso de fastidiar a su hermana adolescente no debe de estar muy bien.
Sin embargo, la cosa se complica ante dilemas que exigen elegir entre “hacer el bien” y… “hacer el bien”. En su libro Good Kids, Tough Choices (1), Rusworth Kidder -escritor e investigador del Institute for Global Ethics- identifica cuatro paradigmas de este tipo de conflictos: verdad frente a lealtad; necesidades individuales frente a necesidades colectivas; decisiones a largo plazo frente a decisiones a corto plazo; y justicia frente a compasión.
Un ejemplo del primer paradigma es el caso del adolescente que se plantea qué hacer cuando un amigo le pide que guarde un secreto que puede perjudicar a otros. ¿Debe ceder el “valor de la palabra dada” ante aquella otra lección que aprendió de pequeño: “Di siempre la verdad”?
Para unos padres acostumbrados a educar a contracorriente a sus hijos, la aparición de un nuevo libro como el de Kidder puede ser un motivo de alegría, de preocupación… o simplemente de hastío. Alguno pondría pensar: “Si vas a decirnos que todo es más complicado de lo que imaginábamos, podías haberte ahorrado el trabajo”.
Pero Kidder no viene a asustar a nadie. Su objetivo es dirigir la atención y los esfuerzos de los padres hacia lo que él considera esencial: más que decir a los hijos lo que han de hacer en cada caso, los padres deberían enseñarles a razonar éticamente.
A su juicio, la clave es sustituir los mandatos ligados a la casuística (que tanto desgastan al que los da y al que los recibe) por conversaciones pausadas donde los niños vayan aprendiendo a pensar por su cuenta. Así, poco a poco, irán adquiriendo un estilo de pensamiento prudencial. Lo que, a la larga, contribuye a que los hijos maduren y ganen en independencia frente al último comentario que le dejan en su red social.
Da la cara por tus ideas
Una de las virtudes básicas por las que aboga Kidder en su libro es lo que llama el “coraje moral”, o sea la prontitud para seguir la conciencia y la valentía para tomar partido públicamente a favor de esas opciones.
A lo largo de más de 20 años de investigación, Kidder y su equipo han comprobado que “muchos tienen valores muy buenos y son capaces de tomar decisiones encomiables. Pero si falta valentía para defender esos valores cuando alguien los pone a prueba, en la práctica no hay mucha diferencia entre tenerlos o no. El coraje es el catalizador; sin él, no hay más que teorías bonitas”.
Kidder pone el ejemplo del acoso escolar. “Aquí tenemos un campo de trabajo idóneo para que los chicos se entrenen y empiecen a mostrar ese coraje. Pueden aprender a proteger a las víctimas, a parar los pies a los matones de la clase, a correr el riesgo de hablar… Sí, riesgo. Porque sin cierto riesgo no hay coraje”.
La valentía, añade Kidder, se ha considerado siempre una virtud que marcaba el paso de la adolescencia a la edad adulta. “Aquí tienes una lanza”, se decía en algunas culturas. “Hay un oso en el bosque; vete y cázalo. Cuando regreses en tres días, por fin serás un hombre”.
Como en las sociedades occidentales ya no existen este tipo de ritos, el coraje moral -salir públicamente en defensa de las propias convicciones- se ha convertido hoy en el equivalente a la caza del oso.
Del yo al nosotros
Michael Ungar, experto en orientación familiar, casado y padre de dos adolescentes, es de los que piensan que la “Generación Yo” no necesariamente es lo peor que le ha pasado a la humanidad en los últimos siglos.
Es cierto que la cultura actual empuja sin tregua a los jóvenes a vivir obsesionados con su apariencia. Y que incluso los padres, sin quererlo, pueden reforzar esa tendencia. “Nadie se propone hacer de sus hijos unos egocéntricos. Sin embargo, podemos hacer cosas sutiles y no tan sutiles que, sin darnos cuenta, lleven a nuestros hijos a pensar en ellos mismos antes que en los demás”.
Lo bueno es que ahora tenemos más experiencia que en otras épocas, donde no había tiempo ni medios para autopromocionarse en las redes sociales. Con este enfoque optimista, Ungar ofrece pistas en su libro The We Generation (2) para conducir a las futuras generaciones hacia “un comportamiento socialmente responsable”.
Además, tiene la audacia de confíar a la “Generación Yo” la puesta en marcha de ese movimiento. Precisamente la actitud de estar siempre “conectados al grupo” (on line, sí, pero conectados) les predispone para la empatía. Y, bien encauzada, esa capacidad de hacerse cargo de lo que piensan y sienten los demás puede convertirse en una fuerza para el bien.
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(1) Rusworth Kidder. Good Kids, Tough Choices: How Parents Can Help Their Children Do the Right Thing. Jossey-Bass. San Francisco (2010). 260 págs. 11,53 $.
(2) Michael Ungar. The We Generation: Raising Socially Responsible Kids. Da Capo Press. Cambridge (2009). 280 págs. 14,43 $.