“Cuando hablamos de cortesía cabe el riesgo de pensar que estamos ante una habilidad que puede adquirirse leyendo o aprendiendo reglas. Ciertamente, esto es válido para algunos comportamientos sencillos como aprender a coger el tenedor o mantener el codo fuera de la mesa”.
“Pero la verdadera cortesía requiere algo más, pues de alguna manera es el espejo del alma de una persona; es la manifestación externa de una virtud interna. Y las virtudes internas se adquieren a través de la práctica constante y los ejemplos atractivos”.
Por esta razón, Karen Santorum escribió hace unos años Everyday Graces: A Child’s Book of Good Manners. Se trata de una selección de cuentos infantiles de autores populares (Mark Twain, Lewis Carroll, C. S. Lewis…), que tratan de cultivar en los niños el deseo de ser amables y educados con los demás. Catholic Education Resource Center (16-04-2010) ha reproducido la introducción del libro, a la que pertenecen estos párrafos.
Para Santorum, esto no se logra con recetarios sobre lo que se puede o no se puede hacer. La herramienta más eficaz es el ejemplo: las historias que los niños leen tienen la capacidad de evocar modelos de comportamiento que han visto encarnados en sus héroes favoritos. Para bien o para mal, lo que uno lee contribuye a forjar el propio carácter.
“La cortesía no es una especie de traje que uno se pone para algunos eventos especiales. Más bien, surge del carácter de la persona (…). Alguien verdaderamente educado se esfuerza por ser amable todo el tiempo, en todas las circunstancias y con sinceridad. Sabe que los pequeños gestos -una sonrisa cálida, una palabra comprensiva o los favores- son tan importantes como los grandes”.
Junto a los testimonios que ofrece la literatura, Santorum hace hincapié en la ejemplaridad de los padres. Los niños observan “cómo nos tratamos y cómo tratamos a los demás. Cuando somos virtuosos, plantamos la semilla de los buenos modales en el corazón de nuestros hijos. Estos ejemplos son fundamentales para su formación moral”.
Además, los buenos modales tienen efectos muy positivos en la vida familiar y social. “Cuando los niños se acostumbran a decir ‘por favor’, ‘gracias’ o ‘de nada’, y cuando actúan con amabilidad y generosidad, la vida familiar se enriquece. Cuando se habitúan a preocuparse por los demás y a hacer el bien aunque a veces cueste, han aprendido valiosas lecciones morales”.
En un momento en el que los derechos individuales se han convertido en una excusa para chillar o insultar a los demás, los niños han de entender que la cortesía “contribuye a la estabilidad y la satisfacción de todos. Los buenos modales son un poderoso antídoto contra la violencia, porque la gente educada sabe controlarse”, concluye Santorum.