San Sebastián: un obispo para el cambio

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El manifiesto que han firmado 131 curas de Guipúzcoa contra el nuevo obispo, José Ignacio Munilla, nombrado por el Papa para la diócesis de San Sebastián, es sin duda un hecho grave. Cuando en vez de la leal colaboración con el obispo, como cabe esperar de un sacerdote, se hace una desautorización pública antes de que empiece a ejercer, se siembra la desconfianza entre los fieles.

Los firmantes sienten que tienen serios motivos para esta impugnación pública. Según explican, ven este nombramiento “como una clara desautorización de la vida eclesial de nuestra diócesis” y un “intento de variar su rumbo” que, advierten, encontrará resistencia. Y en esto hay que darles la razón. Otra cosa es la conclusión que sacan: “En modo alguno es la persona idónea para desempeñar el cargo de obispo y pastor de nuestra diócesis”. Los firmantes -131 sacerdotes, entre ellos 85 párrocos, en una diócesis de 279 sacerdotes diocesanos- deberían decir que “no es el que nosotros habríamos querido”. Porque puede ser que Munilla -vasco hasta la médula- sea la persona idónea, precisamente porque es necesario cambiar de rumbo.

Es verdad que, también en el gobierno de la Iglesia, personas animadas por la mejor buena voluntad pueden llegar a conclusiones distintas sobre el rumbo que hay que tomar. Por eso, con la perspectiva que permiten ya varias décadas, lo mejor es atenerse a los resultados obtenidos, conforme al criterio evangélico de que “por sus frutos los conoceréis”.

Y cuando se observa la fría objetividad de las cifras, la línea pastoral seguida en los últimos treinta años en el País Vasco y, en concreto, en la diócesis de San Sebastián, no sale bien parada. En los años 1965-1974, la zona vasconavarra registraba el máximo de asistencia dominical de toda España, un 71%, cuando en el centro, sur y suroeste llegaba apenas al 30%. En cambio, en una nueva encuesta de 1991, los menores porcentajes correspondían ya al País Vasco, Navarra y Cataluña. Y desde entonces no ha ido a más, sino a menos.

Los seminarios del País Vasco, que en otros tiempos fueron la principal cantera sacerdotal de la Iglesia en España, se fueron vaciando. En 1968, los seminaristas mayores de Navarra y el País Vasco representaban el 12,2% del total nacional; en 1997, eran el 3,2%. En 2007, el 2,1%. Y si descontamos Pamplona, resulta que entre Bilbao, San Sebastián y Vitoria suman 11 seminaristas, tantos como los de la diócesis de Palencia, de la que procede Munilla. En San Sebastián hay 5 seminaristas, y desde 2003 se han ordenado 7 sacerdotes y ninguno en los dos últimos años.

Puede alegarse que la falta de vocaciones es un mal general. Pero no pasa lo mismo en todos los sitios. En España en 2007 había 1.381 seminaristas mayores, y en algunas diócesis hay seminarios con bastantes candidatos, con ordenaciones de hasta 10 sacerdotes en el último año. Mientras que en algunas diócesis apunta la recuperación de las vocaciones, en la de San Sebastián van para abajo.

De hecho, en el propio programa pastoral de la diócesis para 2005-2010 se lee como primer objetivo respecto al seminario diocesano: “Teniendo en cuenta la actual situación del Seminario (descendimiento [sic] drástico del número de seminaristas, parece agotado un ciclo del seminario), replantear y buscar un nuevo estilo y modelo de Seminario.”

Falta hace porque la edad media de los sacerdotes es de 72 años (en el conjunto de España, 63,3). En la práctica, la diócesis se está preparando ya para el momento en que no se pueda contar con sacerdotes para la Misa del domingo. Así, entre las prioridades para el curso 2009-2010 figura la de: “Consolidar y mejorar las celebraciones dominicales en ausencia de presbítero”.

Arraigo social

Llama la atención que una línea pastoral que ha insistido tanto en arraigarse en la identidad vasca y en “hacer país”, encuentre una respuesta social tan tibia, manifestada en el alejamiento de la práctica cristiana y en que apenas ningún joven sienta el atractivo del sacerdocio. Hay motivos para preguntarse si se han volcado más esfuerzos en un ideal político nacionalista que en esa nueva evangelización que viene predicando la Iglesia universal con Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Por eso no es extraño que desde Roma se plantee un cambio de rumbo. Cuando un equipo que antes disputaba el liderato empieza a aplicar unas tácticas que le llevan a la segunda división, no es extraño que se plantee un cambio de entrenador. La Real Sociedad ya lo habría hecho.

Posturas inmovilistas

En cambio, los firmantes del manifiesto insisten en manifestar su “apoyo y adhesión” a la línea pastoral forjada en la diócesis, “en fidelidad al espíritu del Vaticano II”. Pero es fácil ampararse en el concilio, sobre todo si se invocan no sus textos sino un vago espíritu que quizá solo responde a una peculiar lectura. Desde luego, los frutos no son los que se esperaban de la renovación conciliar.

Todo esto suena más a inmovilismo que a fidelidad. Esta postura refleja la dificultad para cambiar de registro de una generación de curas mayores de 65 años, a los que les cuesta apearse de una línea pastoral de escasos resultados. Y que llaman “vida eclesial de la diócesis” a la estructura que ellos han manejado hasta ahora.

De hecho, es curiosa la contraposición entre el rechazo de estos sacerdotes al nuevo obispo y la buena opinión que tienen de Munilla sus antiguos feligreses de la parroquia de Zumárraga, donde estuvo dieciséis años, y que ahora fletan autobuses para acudir a su toma de posesión. Estos lo recuerdan como un sacerdote activo, cercano a la gente, dialogante con personas de todas las ideologías, con una profunda espiritualidad y unas formas muy modernas de comunicación, así como promotor de iniciativas de atención a drogadictos y necesitados.

No hay que descartar que algunos de los firmantes se hayan sumado al manifiesto por la presión ambiental del colectivo, pero que luego sepan colaborar con su nuevo obispo. Y probablemente Munilla -de 48 años- encontrará más sintonía entre el grupo de sacerdotes jóvenes, que entre los que están ya más próximos a la jubilación. En cualquier caso, no es un plato de gusto ir a una diócesis donde necesitará todo el tacto y la paciencia del mundo para gobernar. Lo cual indica también que solo lo hace por ese afán de servicio que caracteriza a un buen pastor.

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