A juzgar por su capacidad de montar sonadas huelgas y manifestaciones, o de paralizar ciudades, se diría que los sindicatos franceses son los más poderosos de Europa y Norteamérica. Pero su fuerza no puede estar en los efectivos. Francia registra la tasa de sindicación más baja de toda la OCDE: 7,8% de los asalariados.
Los datos no son mucho mejores en la mayoría de los países de la organización. Por encima del 20% solo están en 15 de 30 países miembros. Hay tasas muy altas, del 50-70%, donde rige el llamado “sistema de Gante” (Bélgica y los países nórdicos), por el que los sindicatos gestionan fondos para el seguro de paro; allí, para percibir la prestación opcional, la que no es la mínima garantizada por el Estado, hay que ser del sindicado de empresa. Pero lo más común es que los afiliados sean minoría y vayan a menos: en 18 países la cifra más reciente es también la más baja desde 1960. (Se puede acceder a las estadísticas completas desde la base de datos de empleo de la OCDE.)
Los sindicatos tienen la mayor parte de sus afiliados en el sector público, entre trabajadores con contrato fijo y a tiempo completo
Entre los países que registran mínimos se encuentran casi todos los de población grande: Francia, Alemania, Japón, Polonia, Turquía, Gran Bretaña y Estados Unidos. Las excepciones son Italia y México; pero en la primera ha habido un descenso prácticamente ininterrumpido desde 1978, y en el segundo un repunte iniciado en 1997 se ha detenido.
En España, según datos proporcionados a la OCDE por las cinco centrales sindicales más importantes, la tasa de afliliación (14,6%) presenta tendencia descendente, con altibajos, después del máximo (18,0%) de 1993.
Fuertes en el funcionariado
La primera causa de la bajada casi general es que los métodos clásicos de acción sindical, basados en la negociación colectiva y las medidas de presión, son menos útiles ahora que los trabajadores están más dispersos. En efecto, buena parte del empleo ha emigrado de las grandes fábricas a empresas más pequeñas y a los servicios; muchas compañías con miles de empleados los tienen repartidos en numerosos centros de trabajo de distintos países. Hoy quedan menos grandes patronos, y el mayor de todos es la administración pública: ahí se han hecho fuertes los sindicatos.
Un ejemplo claro es el de Estados Unidos, donde desde 1974 hay más proporción de afiliados en el sector público que en el privado. Entonces la tasa en ambos estaba en torno al 23%, y después ha seguido caminos opuestos en uno y en otro. La tasa actual, 11,5%, es el resultado de una subida hasta el 38% en el sector público y una bajada hasta el 7,3%, el mínimo histórico, en el privado.
También es notable la diferencia en Francia: 5,2% en el sector privado y 15,3% en el público (datos de 2003, cuando la tasa total era del 8,2%). Resulta asimismo significativo que los afiliados sean muy pocos en las empresas con menos de 50 empleados (3,5%) y entre los trabajadores sin contrato fijo (2,4%), y en cambio sean más entre los que tienen contrato fijo y dedicación completa (9,5%).
Negocian por todos
Si se pregunta cómo los sindicatos franceses tienen tanta influencia con tan escasos efectivos, una razón es el gran peso del sector público en el país. Otra es que, como en España, los sindicatos negocian convenios colectivos sectoriales aplicables a todos los trabajadores, no solo a sus afiliados. Por eso, como muestra un estudio del Ministerio de Trabajo del que proceden las anteriores cifras (“Mythes et réalités de la syndicalisation en France”, octubre 2004), aunque los afiliados no lleguen al 10%, más del 90% están cubiertos por convenios y los sindicatos tienen representantes en empresas que emplean entre todas al 52,9% de los asalariados.
En esto influía también que las cinco mayores centrales sindicales gozaban de una presunción legal de representatividad, que les permitía firmar acuerdos con independencia de su representatividad efectiva en el sector. Pero desde este año, en virtud de una ley aprobada en 2008, para sentarse en un comité de empresa, todo sindicato ha de obtener al menos un 10% de los votos en las elecciones sindicales; para entrar en un órgano sectorial, el umbral es el 8%. Los sindicatos afiliados a centrales (CGT, FO, etc.) no suman a este efecto más que los sufragios recibidos en el ámbito correspondiente (centro de trabajo, empresa, sector). Esto ha introducido la competencia entre los sindicatos, y ha impulsado la formación de coaliciones electorales, a veces entre organizaciones muy separadas en lo ideológico, para asegurarse el mínimo de votos.
También en España, las mayores confederaciones sindicales son legalmente consideradas “más representativas” por tener al menos el 10% de los delegados elegidos en todo el país (o el 15% de los de su comunidad autónoma, si son regionales). Esto les faculta para negociar y firmar convenios de ámbito nacional.
En Estados Unidos, donde han perdido influencia, los sindicatos pretenden una reforma legal en cierto modo contraria a la francesa. Quieren que los trabajadores puedan formar agrupaciones sindicales en las empresas sin necesidad de votación secreta, con tal que al menos la mitad de ellos tengan carné de un sindicato. La experiencia indica que el requisito de pasar por las urnas reduce la probabilidad de éxito. Pero ese cambio parece difícil de alcanzar, porque en el Senado no hay mayoría suficiente para aprobarlo.