El conformismo disfrazado de tolerancia

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El secretario general de la Conferencia Episcopal, Juan Antonio Martínez Camino, no ha dicho ninguna novedad al advertir que “ningún católico puede aprobar ni dar su voto a favor” de una ley que consagra el derecho al aborto, sin caer “objetivamente en un pecado grave”. Por lo cual “no podría ser admitido a la Sagrada Comunión” (cosa distinta de la excomunión, que es una pena canónica para los que procuran directamente un aborto). “Eso vale para todos, incluso por encima de lo que diga el partido”, insistió Martínez Camino. Pues “la vida es un bien público de primer orden que obliga a todos, incluso al Estado, a protegerla”.

La advertencia ha escocido a algunos diputados católicos que, dentro del PSOE y del PNV, se disponen a apoyar la reforma de la ley. Podrían haber respondido con razones estrictamente políticas. Podrían haber dicho que les importa más la disciplina de partido que lo que digan los obispos; podrían haber alegado que la mayoría de sus electores quieren la reforma; o que la correlación de fuerzas en el parlamento hace inútil su oposición; o que realmente consideran un avance social el derecho el aborto.

Laicos de argumentos clericales

En cambio, se han lanzado a rebatir a los obispos en el terreno religioso, intentando darles lecciones de teología. Alguno apela al Vaticano II -el mismo concilio que califica el aborto de “crimen abominable”-, atribuyéndole la peregrina idea de que la condena del aborto sería una mera norma moral de la Iglesia que no se podría “imponer” en las leyes. El beatífico José Bono asegura que “muchos cristianos nos sentimos parte de una Iglesia que es madre…” frente a otros que “están más cercanos a planteamientos inquisitivos, judiciales y excluyentes”. Lo cual no deja de ser un argumento original para defender una ley que precisamente permite a la madre dejar de serlo para excluir de la vida al feto.

El peneuvista Íñigo Urkullu apela a su “conciencia de profundo cristiano” y critica que se pretenda “mezclar la conciencia personal, la conciencia moral, la conciencia religiosa, con la realidad social”. Aunque si Martin Luther King hubiera hecho estos distingos, la realidad social de la discriminación racial seguiría ahí.

Otro socialista cristiano, Manuel de la Rocha, asegura que las declaraciones de Martínez Camino “responden a una opinión personal de este señor”. Él, en plan profético, está convencido de que “no son compartidas por la inmensa mayoría de los cristianos”. La suya, cómo no, es que “el mensaje de Jesús de Nazaret es un mensaje de amor y tolerancia”, aunque no aclaró por qué el aborto es un gesto de amor.

Este tipo de respuestas revelan que estos católicos son clericales incluso cuando quieren ser laicos. Tal vez esto se explica por sus orígenes ideológicos, con esa trasnochada mezcla de Cristianos por el Socialismo o por la componente clerical tan presente en las raíces históricas del PNV. Lo que ocurre es que de ese fondo cristiano ya solo quedan eslóganes, que en la práctica se traducen en un cómodo conformismo disfrazado de tolerancia. Han interiorizado la idea de que un católico no puede luchar por proponer y defender sus convicciones, lo cual en la práctica se traduce por dejar que otros impongan las opuestas.

Demócratas pro vida

Políticos de izquierda de otros países no se dejan llevar por este complejo de inferioridad. En estos días, la reforma sanitaria de Obama ha atravesado su primer escollo en la Cámara de Representantes, con una apretada mayoría de cinco votos. Para lograr esta aprobación, ha sido decisiva la admisión de una enmienda que excluye la financiación federal del aborto en el seguro público y en los seguros privados subsidiados con dinero público (cfr. Aceprensa 9-11-2009). Esta enmienda fue aprobada en una votación que traspasó las líneas de los partidos, con 176 republicanos y 64 demócratas a favor. La enmienda había sido propuesta por el congresista demócrata católico Bart Stupak, integrante del grupo Demócratas pro vida, que habían advertido que no votarían a favor de la reforma si no fuera “neutral respecto al aborto”.

La enmienda todavía se debatirá en el Senado. Pero responde a una postura inteligente por parte de los demócratas, también a la hora de buscar apoyos para la reforma. Los comentaristas han señalado que, aparcado el tema del aborto, los obispos católicos pueden convertirse en defensores entusiastas de la reforma sanitaria, pues ellos siempre han apoyado la extensión del seguro sanitario a todos los que ahora carecen de él. Lo contrario habría echado a los obispos y a las instituciones sanitarias católicas en brazos de los republicanos, que mantienen su férrea oposición a las propuestas de Obama.

Si esta postura se consolida, los católicos podrían hacer causa común con los demócratas en otros temas, como el de la legalización de los inmigrantes, que es también una prioridad para los obispos.

Irrelevantes para la Iglesia y para el partido

Esta defensa del respeto a la vida desde posturas de izquierda se advierte también en Italia en el grupo que allí la prensa llama teodem, formado dentro del Partido Democrático de centro-izquierda. Está integrado por siete senadores y cinco diputados, que en estos temas votan conforme a su conciencia, y alientan un clima pro vida dentro de su partido de izquierdas (ver entrevista con la senadora Paola Binetti).

En España, en cambio, los políticos católicos de izquierdas han renunciado a influir en su propio partido, como si fueran militantes de segunda. Con lo cual acaban confirmando a los electores que un católico consecuente no tiene nada que hacer en una izquierda cerrada al respeto a la vida. Y tanto mejor para el PP.

En definitiva, su conformismo político les acaba haciendo irrelevantes para la Iglesia, ya que no dejan ninguna influencia cristiana en la política, e irrelevantes para el partido, pues ahuyentan más votos de los que atraen.

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