El mundo del cine ha cerrado filas tras Roman Polanski, reclamando su libertad. En la petición firmada por 138 cineastas -Woody Allen, Pedro Almodóvar, Martin Scorsese, David Lynch y otras muchas celebridades- da la impresión de que Polanski, de 76 años, ha sido detenido por su ideas más que por sus actos. Nada se recuerda del origen de su arresto, la violación en 1977 de un chica de 13 años, tras haberla drogado, culpabilidad que reconoció en su momento ante el juez de Los Ángeles, aunque luego huyera sin dar ocasión a que se pronunciara la sentencia.
Es verdad que el castigo de un delito pierde bastante su efectividad y su sentido cuando han transcurrido 32 años. No en vano la prescripción siempre ha tenido su papel en el Derecho. El tiempo tiene una influencia decisiva en la vida del hombre, también en la esfera de la extinción de derechos y de responsabilidades. La gente cambia. El castigo tiene un valor ejemplar en el momento, pero no del mismo modo tres décadas después. Si, además, como en el caso de Polanski, la víctima ha perdonado o ha llegado a un acuerdo con el agresor, y no quiere volver a verse en un juicio, hay buenos motivos para dar por cerrado el caso.
Pero estos buenos motivos no tienen nada que ver con los invocados en la declaración de los cineastas de apoyo a Polanski. Los firmantes de la petición manifiestan su “estupor” y su “consternación” ante el arresto, y consideran una “trampa policial” que el cineasta haya sido detenido cuando iba al Festival de Cine de Zurich a recibir un homenaje, como si la ejecución de una orden de busca y captura emitida por el juez americano fuera un atropello de la policía.
Da la impresión de que lo que estuviera en juego fuera la libertad de expresión, pues argumentan que “los festivales de cine del mundo entero han permitido siempre mostrar las obras y la libre circulación de los cineastas”, “incluso cuando ciertos Estados querían oponerse”. Pero Polanski no ha sido detenido por nada que tenga que ver con el Séptimo Arte, sino con unos hechos arteros que son perseguidos en cualquier Estado. Y ni EE.UU. ni Suiza están en manos de regímenes dictatoriales.
Como supremo argumento, los colegas afirman que Polanski es “un artista de renombre internacional”, que hoy día se ve amenazado de extradición y de privación de libertad. Todo esto desprende un tufillo de elitismo irresponsable, en virtud del cual a un artista no se le pueden aplicar los mismos criterios jurídicos que al común de los mortales.
Desde luego, si se le hubieran aplicado, Polanski habría sido detenido muchos años atrás, pues la orden de busca y captura es de 1978. Por eso, en vez de preguntarse por qué ha sido detenido ahora, habría que plantearse por qué el gobierno de Francia -donde reside- nunca hizo nada para llevarlo ante la Justicia, cuando el delito se acababa de cometer. ¿Ser un renombrado director de cine justifica un indulto sin consecuencias?
Si fuera un cura
Lo menos que puede decirse es que Polanski tiene suerte de ser un cineasta afamado. Imaginemos que hubiera sido un cura -o más bien un arzobispo, para mantenernos al nivel- , acusado de abusos sexuales sobre un menor en Estados Unidos. Cuando en 2002 estalló el escándalo de los abusos sexuales cometidos por sacerdotes, la mayoría de los casos que entonces salieron a la luz pública habían sido perpetrados en los años 70, en la misma época del delito de Polanski, con adolescentes de edad similar a la de la víctima del cineasta. Pero entonces nadie les quitó importancia diciendo que eran “una historia antigua que ya no tiene sentido”, como ha afirmado ahora el ministro de cultura francés, Frédéric Mitterrand. Al contrario, hubo satisfacción por el hecho de que por fin los culpables pagaran por su atropello. “Tolerancia cero” era y es la consigna.
Si Polanski fuera un cura, nadie le habría exculpado con argumentos como haber tenido una infancia trágica o por haber obtenido el perdón de la víctima, como se ha dicho a propósito del director polaco. Ni se habría minusvalorado la importancia del hecho calificándolo como “error de juventud” (¡un joven de 44 años!).
Si se tratara de un cura, el hecho de que la Iglesia no hubiera reaccionado, se habría interpretado sin duda como un signo de querer echar tierra sobre el escándalo en vez de preocuparse por la víctima. Pero si es el Estado francés quien cierra los ojos durante 32 años, es solo un signo de que Francia es tradicional tierra de acogida.
En fin, echándole más imaginación, pensemos qué se habría dicho si 138 obispos firmaran una carta de apoyo al compañero acusado de un delito de violación de menor, aduciendo que es inconcebible que se pretenda juzgar a “un clérigo de renombre mundial”. El escándalo sería tal que estimularía el ingenio de algún cineasta para hacer una película sobre el caso.